jueves, 31 de octubre de 2013

Encarni Arcoya, RELATO PARTICIPANTE EN SIGUE UNA ESCENA #BUKUSCE

SUYA EN CUERPO Y ALMA, CONCURSO DE RELATOS BUKUSONLINE #BUKUSCE
Relato continuación de la novela Suya en cuerpo y alma Escena al final del primer libro, cuando ella cae rendida en la cama después del encuentro y sexo con Charles.


La autora de este relato es Encarni Arcoya
Si quieres leer más sobre está obra: Suya, cuerpo y alma - Volumen 1

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CONCURSO ANIMALES: AMOR Y MUERTE EN BIRMANIA

AMOR Y MUERTE EN BIRMANIA, CONCURSO DE RELATOS DE ANIMALES
AUTOR: Felix Perry



AMOR Y MUERTE EN BIRMANIA




        ... Mi mamá, como siempre que había peligro me dijo que me escondiera detrás de su rabito, ella intentaba defenderme, arremetiendo contra todos los humanos que nos rodeaban, pero eran muchos y nos hacian retroceder cada vez más. Había unas rocas muy grandes detrás de nosotros y ya casi no podíamos continuar, así que mi madre me dijo que corriera lo más rapido que pudiera y me escondiera y que no mirara atrás, yo le dije, y donde voy?, tu vendrás conmigo?, ella me contestó que corriera sin parar y que siempre estaría conmigo, al principio no lo entendí pero ahora se lo que me quería decir.
        Mi mamá, llena de furia embistió a los humanos que teníamos delante y les golpeó con su trompa, algunos cayeron al suelo, a otros los pisó con sus patas... Me miró, nos miramos a los ojos y en ellos vi reflejada la tristeza más absoluta, vi reflejada la desesperación de mi madre, varias lágrimas brotaron de sus ojos mientras me miraba, yo no pude contener el miedo ni la pena y empecé a llorar también, ella me dijo... Corre, corre y no mires atrás!!, y yo empecé a correr lo más rápido que pude como mi mamá me dijo y me alejé sin mirar atrás.
        Desde muy lejos aún se oían los gritos de furia de mi madre, después varios truenos y después... nada. De golpe, noté como un amor inmenso y una felicidad enorme como nunca antes la había sentido me atravesaban el cuerpo y el alma, fue algo que no puedo describir y que nunca más he sentido, segundos después... tal como vino, se fué...
Miré al cielo, buscando indicios de lluvia, pero era extraño, había un sol radiante por donde quiera que mirara y ni rastro de nubes, ni de tormenta, así que seguí caminando. A lo lejos, me pareció oler el agua de un rio, era un buen lugar para beber y esconderme, así que me aproximé. Una vez allí, bebí, tenía mucha sed y me dí un baño fresquito que me relajó, luego busqué comida y me dormí.
        Mientras dormía, me pareció que mi mamá acariciaba mi cuerpo con su suave trompita y me decía cuanto me quería y que estaría siempre a mi lado, yo estaba feliz en mi sueño dorado, protegido y seguró al lado de mi mamá.
Varios golpes y dolor en mi cabeza me despertaron, cuando abrí los ojos, me vi rodeado de humanos, que se reían, mientras me golpeaban fuertemente en la cabeza, yo intenté correr como me había dicho mi madre, pero fue inútil, estaba atado y no me podía mover. Noté un pequeño dolor seguido de un calor muy, muy fuerte en mi cuello y después volví a dormirme profundamente. Desperté dentro de algo que no había visto nunca era tan grande como mi mamá, rugía como un León y corría más que una gacela, estaba rodeado de humanos que de vez en cuando me pagaban en la cabeza con algún palo, había algo que no me dejaba casi moverme, tenía las patas atadas con algo frio y duró que sonaba horriblemente cada vez que me intentaba acomodar mejor. De golpe un olor familiar vino a mi, primero débilmente y después, cada vez más fuerte, era el olor de mi mamá, mi mamá estaba cerca, venía a liberarme y a protegerme, empecé a buscarla, mirando por todos lados, pero no se veía nada más que arboles y más arboles, ni siquiera estaban asomados los curiosos monos, ni se veía cerca a ningún habitante de la selva que seguramente deberían esconderse al oírnos llegar.
        El olor de mi madre era cada vez más intenso, tenía que estar cerca, pero donde?, seguí buscando hasta que a lo lejos divisé una silueta muy familiar, era mi madre, parecía estar tumbada, descansando, quizá por el largo viaje hasta encontrarme, pero allí estaba, esperándome, yo estaba feliz, pronto volvería a notar de nuevo sus caricias y sus besos, pronto me mecería con su trompita y volvería a estar seguro y feliz a su lado.
        Ya llegábamos, estebamos cada vez más cerca, yo giré lo más que pude mi cabeza para llamarla, Mamá!!, le dije, estoy aquí!!, estoy aquí mamita!!, pasamos por su lado y una pena como jamás he tenido recorrió mi alma y anidó dentro de ella hasta el ida de hoy, mi mamá, mi dulce mamita estaba muerta, le habían cortado su cabeza, no tenía su trompita con la que siempre me acariciaba, pobre mamá!!!, que le habían hecho??, porque me la habían arrebatado?? porqué tanta crueldad con ella si nunca le había hecho daño a nadie??, Era lo único que tenía, lo que más quería y la que más me quería, Era muy buena mi mamá..., era un ángel... mi mamá... Yo lloré y lloré mientras los humanos me miraban, me atizaban en la cabeza con sus palos y se reían de mi, pero yo no podía dejar de llorar, estaba tan triste, tenía tanta pena... Pobre mamá!!... Que será ahora de mi??...



Relato participante para la asociación Protectora Amics Per Sempre

Vivian Stusser, RELATO PARTICIPANTE EN EL CONCURSO SIGUE UNA ESCENA #BUKUSCE

EL LEGADO DEL SOFER (LA IDENTIDAD DE DIOS), CONCURSO DE RELATOS BUKUSONLINE #BUKUSCE
La escena pertenece al libro El legado del Sofer, de Álvaro Díaz. Después de la cena, el día que el protagonista acompañado de Lídice y su padre visitaron la aldea medieval, la chica se retira pronto a elaborar su propuesta, y este relato cuenta una historia que podría haber sucedido luego que todos se retiraron a descansar.


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Si deseas conocer a la escritora de este relato, visita su blog en: Erotismo en Palabras

Si deseas leer esta novela: El legado del Sofer (La identidad de Dios)

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miércoles, 30 de octubre de 2013

CONCURSO DE ANIMALES: MORGANA

MORGANA, CONCURSO DE RELATOS DE ANIMAPELES BUKUSONLINE AUTOR: Sany MG

MORGANA





        Hace unos 4 años, una noche me llamó Mónica, una gran amiga, cuyo novio trabaja en un club donde vive una importante cantidad de gatos callejeros, a los que los mismos socios y empleados, suelen alimentar y a veces hasta esterilizar, pagando las operaciones de su propio bolsillo, para mantener controlada la colonia. Ellos son una pareja amante de los animales y nuestro contacto se generó por el interés común que tenemos, de intentar darles una vida digna a los gatines. Me comentó que habían aparecido unos peques, seguramente producto de algún abandono, que necesitaban acogida y le contesté que en el “Hotel Gatuno” (así le llamamos a mi casa) tenía sitio sólo para uno. De inmediato me envió la foto de la más chiquitina, diciéndome que al otro día se pondrían en campaña para cogerla como fuera, ya que era algo arisca. A la mañana siguiente, con un frío que pelaba, pues era pleno invierno, llegaron en moto con su transportín.
Mónica llevaba guantes y cuando se los sacó, vi sus manos completamente amarillas de Betadine, por que el “bicho” que traía, la había arañado a más no poder, mientras intentaban que se metiera en la jaula. Con esos antecedentes, para sacarla la envolví en una manta y me encontré una preciosidad blanca y negra, pequeñita, de no más de 1 mes, que se defendía con uñas y dientes literalmente, bufaba, gruñía y tenía sus ojitos verdes muy abiertos por el susto.
   Cuando los chicos se fueron, me la llevé al cuarto de “civilización”, que es un pequeño aseo que está en el lavadero de nuestra casa y que hemos acondicionado para tal fin: allí tienen comida, arenero y un colchón de bebé con una manta y bolsa de agua caliente; es donde solemos poner a los peques que al no estar acostumbrados al trato con la gente, necesitan que se los vaya habituando al contacto humano con mucha paciencia y cariño, pero en un ámbito donde podamos controlarlos. La llevaba liada en la manta, pero fue tan rápida, que antes de que pudiera cerrar la puerta de baño, se había escapado. Se metió dentro del motor de un refrigerador que tenemos allí y para poder sacarla, hube de desenchufar el frigo, moverlo y tirarme al suelo, “panza abajo”; con la mano izquierda pude cogerle la punta de la cola y con la derecha envuelta en la manta obviamente, fui empujándola hacia atrás milímetro a milímetro. Mi intención era sacarla pero sin hacerle daño, así que estuve casi 1 hora luchando para lograrlo.
   Una vez conseguido mi objetivo, la coloqué en el aseo y la dejé solita, para que se tranquilizara. Durante las siguientes 2 semanas, a cada rato íbamos a verla, mi marido, mi hija y sus amigos y yo, la cogíamos en brazos, la mimábamos, pero ella seguía en sus trece: no quería domesticarse y se mostraba asustadiza y reticente a las caricias, aunque raramente gruñía. Reconozco que jamás la oí ronronear, mientras estuvo con nosotros. Al final, optamos por dejarla suelta por la casa y que vivera a su aire. Cuando se quedaba sobre un sofá acurrucadita, a veces nos dejaba mimarla, pero siempre manteniendo las distancias. Con el resto de nuestra habitual “jauría”, no tenía ningún problema, ya fueran felinos o caninos, convivía con todos pacíficamente; a quienes temía era a las personas. ¡Quién sabe por lo que habría pasado antes de que Mónica la rescatase!
En vistas a conseguirle un hogar, al mes de que estuviera en casa, puse un anuncio en internet y casi de inmediato me escribió Joaquín, un chico estupendo que vive en Murcia. Según él, se enamoró de ella por la foto y recuerdo que me dijo: - ¡Esa es mi gata! Por principios, desde que comenzamos con esta tarea de rescatar gatines hace mas de 7 años, siempre le hemos contado a los promitentes adoptantes, cuales son las virtudes y los defectos de su futur@ amig@ felin@, así que también esta vez, procedí a contarle a Joaquín que a la “niña” si bien estaba mucho mejor que cuando llegó, aún le faltaban muchos kilómetros de cariño y tolerancia para ser una gata mimosona. También añadí que como amo a los felinos, confío en que a todos hay que darles la ocasión de adaptarse y domeñar sus instintos de autoprotección y le expliqué que estaba segurísima de que con mucho cariño y paciencia, lograría que gatina llegara a ser más sumisa. El nombre: Morgana, se lo puso él en base a lo que le conté de su carácter y a que le dije un poco en broma y un poco en serio: que era una verdadera bruja, cuando se lo proponía.
   El día que vino a buscarla, ella se enfurruñó, por que como era obvio, no le apetecía en absoluto meterse en una caja de cartón (Joaquín aun no había tenido tiempo de comprarle un transportín, pues acababa de salir del trabajo), así que mordió a mi hija y a su mejor amiga que intentaban sacarla de debajo del sofá, donde se había metido. Luego del accidentado “rescate”, logramos al fin cerrar la caja y le pedí a su “papá” que no la abriera hasta no estar en un sitio cerrado, pues sabía que él había acondicionado una habitación de su piso solo para ella, donde pudiera estar cómoda, pero limitada a un espacio, tal como hacemos nosotros aquí.
Claro que como no todo sale como se lo planifica y menos cuando de Morgana se trataba, al llegar a la casa, la pequeña se escapó, se metió debajo de un sillón y durante 20 horas no asomó el hocico siquiera; al día siguiente, cuando llegó de trabajar, Joaquín se propuso un nuevo “salvamento”. Como era previsible, se llevó varias dentelladas y arañazos, pero al fin logró su propósito: meterla en su habitación. A partir de ese momento, comenzó un proceso de amistad entre los dos, sin prisas, pero sin pausas, basado únicamente en el amor, el respeto y la paciencia de uno para con el otro. Joaquín me escribía de vez en cuando, para comentarme de los progresos, pero unos 6 meses después me envió un viseo en el que se lo veía a él, sentado en el suelo, con Morgana, que a esas alturas ya tenía 8 meses, ronroneando, mimoseándolo y haciéndole cuanta carantoña os podáis imaginar. De inmediato recordé aquello de: “ver para creer”, porque el cambio había sido absolutamente radical. Un tiempo después, se les incorporó “Greys”,
una bellísima siamesita que Joaquín se encontró en la calle siendo una bebé y no tuvo corazón para dejarla tirada. Hoy son una familia feliz y aunque Morgana es muy absorbente y algo celosilla, es un ejemplo de COMPAÑERA, para ambos.

   Han pasado muchísimos gatines por nuestra casa, pero si alguien nos pregunta a mi familia o a los amigos que siempre están por aquí y que además de amar a los gatos igual que nosotros, nos ayudan y nos apoyan muchísimo, cual fue el “bicho” más difícil de domesticar que hemos tenido, todos sin titubear dicen: Morgana!!
    Sin embargo, esa preciosidad terminó demostrando mi teoría: que ningún gato es malo por naturaleza, solo hay que darles la oportunidad que se merecen (nunca olvidemos que ellos no pidieron ser domesticados) y sobretodo respetarlos y quererlos como son. Ellos se encargarán de valorarlo en su justa medida y jamás nos decepcionarán.



   Gracias Joaquín por haber confiado en Morgana y en ti mismo. Gente como tú es la que hace que valga la pena seguir rescatando gatines de la calle, porque eres la confirmación de que aún hay esperanzas para ellos.


   Dedicado a la Asociación Cuatro Gatos de Cartagena, infatigables luchador@s y fervientes defensor@s de la dignidad felina en particular y animal en general. Ole por Ana, Arantxa, Ina, Salvador y tod@s l@s colaborador@s y muy especialmente a Amparo, una gran veterinaria y mejor persona, a quien le deben la vida miles de mininos y perretes.

¡GRACIAS A TODOS: si no existierais, habría que inventaros!




Relato participante para la asociación Cuatro Gatos de Cartagena

Sany MG

martes, 29 de octubre de 2013

Lazarus, RELATO PARTICIPANTE EN EL CONCURSO SIGUE UNA ESCENA #BUKUSCE

SAGA ELRICK DE MELNIBONÉ, CONCURSO DE RELATOS BUKUSONLINE #BUKUSCE



        Tras el duelo en la Caverna de los latidos, los vencedores forjaron su destino, pero ¿y los derrotados?

De Yyrkoon conocemos su castigo, pero ¿que le aconteció a la Enlutada?



EPÍLOGO
EL DESTIERRO DE LA ENLUTADA






        ¡Despertad, despertad!
Esas palabras escuchó Elric antes de entender que dormía, sin ser consciente de haberse acostado. Y menos aún en un jergón ruin y mal oliente en una cuadra deshabitada. No sabía si las voces eran de ensueño o alguien compartía su encierro, pero solo encontró silencio. - ¿Hay alguien ahí? ¿Quién me ha desvelado y cuál es la causa de mi encierro?
        Proveniente del exterior escuchó el relinchar de unos caballos. Intentó incorporarse pero su cuerpo no quiso reaccionar. No sabía cuanto tiempo llevaba allí, ni la última vez que tomó su poción, aunque intuía que era otro el motivo de su encierro.
Entonces observó que le rodeaba la cintura un cinto con forma de tres serpientes Pitón entrelazadas y unidas por sus bocas a su vientre. Empezó a comprender que alguien le había secuestrado y no por artes humanas, eso estaba claro, la magia era parte culpable de su situación. Del fondo del establo, de un rincón donde no le alcanzaba la vista, escuchó un gemido seguido de una respiración alterada y de un alarido.
- ¡Elric, te maldigo! La próxima vez no dudaré en acabar contigo con mis propias manos. ¡Monstruo mal nacido, porque no puedo moverme!
Era Yyrkoon el personaje que estaba en el otro extremo del establo. ¿Con que maldito propósito habrían secuestrado a las dos personas que quizás más se odiaban en este mundo?
-Tranquilo primo, - respondió Elric - No soy yo el culpable de tu secuestro. Todavía no he descubierto al causante de esta trama, ni el misterio que envuelve nuestro cuerpo y nos imposibilita el movimiento.
        Justo al acabar de hablar Elric, descendió del tejado una niebla espesa de color ámbar que al difuminarse mostró un rostro familiar, un joven al que al príncipe Elric no le costó reconocer. Su benefactor, su demonio protector o su Señor según la posición del tablero. Y Arioco habló.
- Despejaremos dudas para no tener que soportar una pelea de gallitos, sin pico ni espolones. ¡Cacareo!, muy típico de vuestra condición humana.
- Mi propósito es probar quién de los dos debe ser poseedor de un bien muy preciado y exiliado desde vuestra última pelea. Si Elric hubiese acabado con la vida de Yyrkoon se habrían disipado mis dudas, sería el candidato ideal para gobernar el caos en todos los planos. Pero me falló y la Enlutada fue desterrada. Ya no soporto los miles de lamentos que gimen desde su interior, y que le dan un poder que a veces sospecho, pudiese ser rival, pero no adelantemos acontecimientos. Os encierro con varias pruebas a superar. La primera será liberaros del cinturón de pitones que os imposibilita la acción, pero no el razonamiento. Pero antes debo aclarar lo más importante, - y acercándose a ellos enfatizó.
- ¡Los dos debéis superar las tres pruebas juntos!, por separado solo encontrareis la muerte anticipada. La solución al primer misterio es tan solo una palabra, vuestra palabra, vuestra razón de ser. La que os definirá eternamente en todos vuestros actos y abrirá el cerrojo que os inmoviliza. Encontrar la palabra que os define y seréis liberados. Y recordad, ¡debéis acabar los dos!
Y desapareció tras pronunciar la última palabra.
        Entonces Yyrkoon empezó a maldecir y amenazar a su primo con su clásico odio enfermizo. Siempre quería demostrar su superioridad, y también por no perder las costumbres.
- Piensa primito, yo lo tengo fácil, pero tú, el indefinido, el medio muerto, el rey flojo…. ¡El Desheredado!
- No pienso entrar en tu juego, - respondió Elric - Ni malgastar un gramo de mi cordura para cacarear como bien habló Arioco.¿Sólo una palabra? ¿Cuál es la palabra que encierra mi libertad, que me otorga la vida y a la cual me debo? ¿Es amor?
Pero no se liberó. Quizás debía gritarla y así lo hizo… - ¡Amor!
A lo que sólo hubo una respuesta, una enorme risotada de su primo que contestó con otra… - ¡Poder! Pero tampoco consiguió resultado.
        Elric contesto encadenando varias respuestas, - ¡Rey, Trono, Saber! Pero no hubo respuesta.
A Yyrkoon seguían resultándoles muy graciosas las respuestas de Elric a las que replicó – ¡Heredero! Pero no se liberó. Encolerizado gritó:
- ¡Odio, Rabia, Ira! Y a la tercera se abrió. - ¡Ira! Ira repitieron las serpientes mientras se deslizaban por su cintura y desaparecían.
- ¡Si, si, si! - Gritaba Yyrkoon.
-¡Nobleza, Orgullo… Razón! - Gritó Elric con cierta desesperación.
        Pero no consiguió resultado. Mientras, su primo recorría la cuadra buscando algo, quizás algún objeto, quizás su querida Enlutada, escuchó los relinchos de los caballos afuera y buscó la puerta para salir, olvidando por completo a su primo Elric que meditabundo intentaba no complicarse recitando mil palabras.
-¡No!- se repitió a sí mismo. Debo encontrar en ese mar de despropósitos mi razón de ser, a que dedico mi destino, no era amor, ¡no! ni patria, ¡no!, ni mi destino, ni mi origen. ¿Cúal es pues? Y entró en ese mar de melancolía al que solía recurrir en su palacio, cuando deseaba estar a solas con su destino. Deseaba estar con su amada, deseaba gobernar para todo su pueblo sin ser juzgado por sus decisiones, deseaba tener un cuerpo más acorde con sus obligaciones, sin tener que recurrir a sus conocimientos y algunas malas artes. Pero todo lo que deseaba lo conseguí - se dijo - a mi amada Cymoril, al pueblo de Imrryr a mis pies, y marché en busca de nuevos conocimientos para hacerme valedor de mayor grandeza. ¿Pero porqué?, ¿porqué deje todo lo que me importaba? ¿Qué busco en verdad?, ¿qué deseo?, ¿qué anhelo?
- ¡Claro! – Respondió - Ya se cual es mi yo, mi razón, porque me muevo, porque existo. -¡Anhelo! – gritó de repente.
        Siseando anhelo, las serpientes se deslizaron sobre su cintura y le liberaron.
- ¡Anhelo!, tuve el anhelo de recuperar a mi amada y lo conseguí, el anhelo de querer el respeto por parte de mi pueblo y lo conseguí, ahora anhelo un mundo mejor, y es mi meta, es anhelo lo que me mueve.
Y salió corriendo tras su primo Yyrkoon. Apareció en medio de un paraje lúgubre, la cuadra a su espalda había desaparecido y se encontraba ante una tierra devastada donde solo se vislumbraba el cielo oscuro lleno de nubes grises rodeando las montañas. Escuchó de nuevo relinchar a los caballos, y al desviar la mirada hacia las bestias observó asombrado una escena fantasmagórica. Había un cerco de estacas rodeado de alambre negro, y en su interior media docena de caballos dorados portando un maderuelo en forma de capirote de halcón que les cubría la cabeza. Relinchaban y trotaban poseídos por una rabia inusual. Al despejar los caballos el centro de su encierro pudo ver dos objetos clavados en el suelo, con un brillo mortecino. A sus oídos llego un grito susurrante, - Elric, Elric-, silbaba en sus adentros. Tormentosa le reclamaba, y a su lado La Enlutada gemía deseando poseer a su propio dueño.
- ¡Serán mías!- gritó Yyrkoon. Y apareció justo detrás de Elric empujándolo precipitadamente hacia las vallas golpeándolo contra ellas.
Notó como los alambres le desgarraban la piel y empezaban a absorber su esencia vital. Se agachó consiguiendo zafarse de su rival y de las espinas.
- ¡Basta! - Grito Arioco apareciendo entre los caballos. - ¡Recordad! ¡Los dos juntos hasta el final!
- La segunda prueba está clara: domar un caballo y recuperar las espadas. La tercera y definitiva prueba será, por fin, retaos a un duelo mortal. El botín que espera al vencedor es majestuoso, y por supuesto será mi favorito. Elric tuvo clara la solución, aprovechando que Yyrkoon había quedado perplejo ante las palabras de Arioco, saltó encima de su primo y el impulso lo llevó dentro con los caballos, y al primero que le atacó le grito - ¡Anhelo! El animal bajo el hocico y se descolgaron sus riendas.
        Yyrkoon colérico empezó a entonar un cántico, un encanterio para destruir lo material. - ¡Materia sólida fuiste, materia inerte eres, en materia del caos te convertirás y un gran destrozo originarás! Y las estacas rompieron en un alarido y en palos y astillas se transformaron. Al primer caballo que le atacó, Yyrkoon ya le tenía el truco copiado a su primo.
- ¡Ira!
        El caballo se postró ante su nuevo dueño. Los dos se acercaron para recuperar a sus respectivas espadas rúnicas. La primera en ser desenterrada fue Tormentosa y más acostumbrada a la mano de Elric, gimió de alegría con el reencuentro. La Enlutada pareció estar enfadada con Yyrkoon, pues al cogerla sintió un estremecedor quejido y un agudo escalofrío recorrió todo su ser.Así pues, empezaba la tercera prueba.
        La Ira se posicionaba mucho mejor que el Anhelo, era más fuerte y su rabia hacia aumentar sus envites. También la Enlutada mandaba en el duelo de espadas hermanas, su encierro la había vuelto feroz, y su sed no tenia tregua.
-¡Sangre y alma! – reclamaba.
Yyrkoon consiguió dar el primero.
- Tocado primo, avista tu final!
        Un corte en el muslo izquierdo era suficiente desventaja para Elric, no por el corte en si, sino porque de nuevo había sentido la sensación que volvían a robarle el alma. -¡maldita Enlutada!
Sabedor de su debilidad, en ella encontró el momento de calma justa para entrelazar la lógica de todo aquel reto, y volvió a susurrar – Anhelo….
Y recordó anhelar aquel formidable movimiento ejecutado por milady Oone para derrotar al Caballero de la Perla. Cogió un trozo de estaca suficientemente grande. Con ella en una mano, Tormentosa en la otra y las riendas del caballo entre los dientes, atacó. Adelantó la espada, y retrocediendo la estaca preparó el golpe. Con un grácil movimiento la estaca y la espada atacaron al mismo tiempo derribando así a su oponente y desarmándolo.
Pero de nuevo Elric recordó la palabra que le había ayudado a vencer, y también anhelaba que se acabaran las disputas con su primo. Otros juzgarían a Yyrkoon, no estaba en su poder tal desenlace. Así que una vez más le perdonó.
Y Arioco sentenció:- De nuevo vuelves a enfadarme y reafirmas mis dudas respecto a tu alianza conmigo. No dudas en desobedecer mi único deseo. Así pues, zanjo este duelo y declaro vencedor a ¡Yyrkoon! que recuperará a La Enlutada y te volverá a traicionar. Y para ti Elric, por tu desobediencia, no recordarás nada de lo acontecido, pero si serás justo protagonista de la destrucción de todo lo que anhelas.



Escrito por Lazarus
Si quieres leer más sobre está fantástica saga: Elric de Melniboné


lunes, 21 de octubre de 2013

CONCURSO ANIMALES: HISTORIA DE UN VIAJE

 AUTOR:  ARTRAC

Historia de un viaje 




          Se pasaba las tardes en el ramal Opera-Príncipe Pío del metro de Madrid. Viajaba en uno y otro sentido, cambiando apenas de vagón en cada extremo de la línea. La primera vez que lo veías te extrañaba que no se sentase en alguno de los asientos libres que le estaban doblemente reservados: como persona mayor y como usuario de un hermoso bastón de madera labrada. Cuando se ponía el tren en marcha empezabas a entenderlo… Sacaba del bolsillo de su chaqueta un puñado de hojas y las iba repartiendo entre los pasajeros. En aquellas manoseadas cuartillas, escritos con una vieja máquina de escribir, había unos torpes versos y una seca petición de “la voluntad”. Su apariencia arrogante, la aridez de sus gestos y una cierta mirada desdeñosa no hacían fácil el ayudarle.
          Yo llegué a cogerle tirria por la manera en que se comportaba, más exigiendo dinero que pidiéndolo. Hubo ocasiones en las que rehusé coger el poemilla de marras y el me lo lanzaba al regazo con una especie de rabia contenida. Nuestras batallas mudas eran siempre previa y colofón de mis tardes de cine, hasta que una de ellas no apareció.
          Esta mañana he visto su foto en el periódico, la noticia de su muerte se solventaba en unos cuantos párrafos, escuetos y secos como él. Junto al cadáver estaba su perro, uno de esos chuchos sin ninguna raza definida pero con mucho encanto. Los vecinos afirmaban que ese animal había sido el niño de los ojos del anciano y probablemente la única cosa que alegraba su solitaria vejez. Por lo que decía el artículo, el fallecido vivía en la más absoluta de las miserias y se alimentaba como un pajarito, pero su perro tenía un modernísimo dispensador de comida y agua, conectado con unos enormes depósitos que le había permitido subsistir meses hasta que se encontró el cadáver de su dueño.
          Hoy, después de haber adoptado a ese perro, cada vez que lo paseo y él me lleva a su antigua casa, pienso en el difunto. Me imagino el consuelo que traía a su vida este animalito que ha revolucionado la mía sólo con su presencia.
          La persona que haya amado a este pequeño ser más que a sí mismo no puede haber sido mala, es solo que, a veces, los tímidos, cuando se ven forzados a no serlo, pueden resultar crueles sin pretenderlo porque les faltan modales, pero nunca corazón.

Relato concursante para la Asociación ANNA


Jorge Armando Pérez Torres, RELATO PARTICIPANTE EN EL CONCURSO SIGUE UNA ESCENA #BUKUSCE

EL SUEÑO DE LOS MUERTOS, CONCURSO DE RELATOS BUKUSONLINE #BUKUSCE

EL SUEÑO DE LOS MUERTOS



Escena inspirada del libro: "El sueño de los muertos" de Virginia Pérez. Capítulo: Señorío del Saldellal (Phanobia). Undécimo día antes de Letsa. Página: 76.2 (en visor Calibre) Escena donde es fulminada por un rayo una mujer que reta a Vantar y la calcina por medio de un rayo, para luego, lo sigan los hombres que buscan la luz.
El Sueño de los Muertos



           Había un vagabundo, observándolo todo, desde una esquina sucia, donde los perros, sus únicos compañeros además de su soledad, se reunían para encontrarse a sí mismos, en los ojos de los otros.
           Desde ese punto, lo contemplaba todo. Y, conocía a todos.
           Cuando vio a esa mujer calcinada, aun humeante su cuerpo, recordó lo acaecido hacía ya mucho tiempo, cuando él, a pesar de su fama, era un idiota…
           Él, tenía la mirada de un águila mirando hacia el sol, la apostura de un guerrero que ha decapitado a su enemigo, y el brazo fuerte de un rey que azota a sus bufones después de haberlo divertido. Él era; un hombre. Sus ojos no se cerraban ante la muerte de sus enemigos, ni la de sus amigos, su corazón no se aceleraba ante la amenaza de muerte, su mano nunca tembló al sostener la espada asesina que decapitó a reyes y valerosos guerreros. Su corazón furente se detuvo aquel día que, de sus manos cayó su espada para sostener la carta que hizo llorar sus ojos rebosantes de rabia; aquellas manos asesinas, invictas, ya no tenían fuerza sino para temblar. Una carta cobarde, repulsiva, en la cual su amada le confesaba estar perdidamente enamorada de otro hombre; un asqueroso campesino, un lacayo que cuidaba de sus jardines, que ahora cuidaría de su flor más bella; su amada. Carta breve, lapidaria, depravada, la negrura de la tinta era semejante a la gangrena producida por la mordedura fatal de una sierpe. Ideas elaboradas por cerebro de mujer, boca devoradora, donde inundados por aquella saliva asquerosa mueren los náufragos que han osado navegar por ese cuerpo, e instalarse en las playas de sus labios y su sexo.

                                                                     LA CARTA

Cuatro meses he tenido que soportar esta soledad, con el corazón herido y loco por las insanas imágenes que se tiene de la guerra, Dios no me consuela, pues debe estar decidiendo a quien le dará la victoria, para ver qué pueblo grita con mayor fuerza su nombre. Yo, he perdido la razón, y mi único consuelo son los campos de heliotropos que con gran cuidado nuestro esclavo etíope riega y procura todos los días. El panteísmo de esta imagen me ha conquistado, y, un día, recostada sobre aquellos campos perfumados de pasión, él se acercó, y me tomó con la fuerza de una bestia, con la fuerza y la rabia con la cual tú asesinas a tus enemigos, y me sentí en un campo de batalla, el negro etíope me poseía con la rabia con que se va a la guerra, y yo, no pelee, me entregué a él, fue la rebelión de un esclavo contra su amo, yo, fui su esclava, y él me tomó para sí en aquellos campos donde tantas veces, tú y yo copulamos bajo el sol, sin pena de nuestra desnudes, y con toda la gloria de nuestros hermosos cuerpos. Él, no es tan bello como tú, pero su perfil bruto e ignorante me cautiva, su sencillez me conmueve, él, no desea la cabeza de reyes, ni los tesoros de otros reinos, no pretende otra victoria, sino la posesión de mi cuerpo.Vive para conquistar, satisface a tu rey, y trae algo más que la cabeza putrefacta de tus enemigos; trae contigo una mujer, pues yo he pecado contra ti y por eso debes olvidarme. Así lo haré yo.
          El guerrero, herido de muerte, abandonó el campo de batalla; su caminar era el de un moribundo que le pide revancha a su destino, el guerrero es fuerte y no se vence, y la imagen es la de un hombre desarmado enfrentando a sol que ya se oculta en playas lejanas e ignotas. Sus hombres no lo detienen, saben que es imposible enfrentar un huracán. El guerrero, ya loco, se enfrenta al mar, y se bate con él, nadando, hasta perderse mar adentro, donde el grito de la batalla ya no se escucha, y no hay fuego que arda.
          El sol sobre su rostro lo despertó, yacía acostado con la cara al cielo y la última fuerza de las olas inundándolo hasta la cintura; rugido breve el del mar, como el de un león que despierta hambriento dispuesto a devorar la carne de sus víctimas. La isla, poseía un panteísmo enigmático, no había huella humana, ningún pie había hollado tan singular tierra, ruina antiquísima, sin mancha; tierra libre. Imagen antitética de la ruina vil que era el corazón del hombre, tierra ultrajada por una mujer que ha sembrado la semilla venenosa del amor,tierra maldita donde nada vuelve a crecer, sino el recuerdo asqueroso de aquellos labios que sepultaron la voz masculina.
          Exiliado en aquella soledad, el recuerdo de su amor enmoheció, y, no vivió sino para recordar a la traidora, corriendo entre los heliotropos, desnudándose sobre aquellos diminutos pétalos violetas que tantas veces fue el lecho para deleitarse en su amor. Del guerrero, no quedo sino la imagen repulsiva de un mendigo. Su desaparición y muerte fue anunciada en su tierra, el rey llevó el luto varios meses, no así su amada, quien introdujo al esclavo a la cama y vivieron como marido y mujer.
          Los años se sucedieron, y el recuerdo del guerrero se olvidó, y, un día, mientras aquel olvidado observaba el crepúsculo, una nave llegó a la playa; eran piratas, los mismos contra los que alguna vez peleó, pero ya su rostro era irreconocible y lo tuvieron como un náufrago, y, esa noche, aquel náufrago relató su historia ante aquel concierto de sádicos piratas, quienes enfurecidos, impelieron al desgraciado a la venganza. Lo llevaron hasta su tierra, y le obsequiaron una filosa daga para cercenar la cabeza de tan infame monstruo.
          Recorrió las calles que alguna vez celebraron sus victorias, donde el pueblo gritaba su nombre, y un camino de flores se extendía a su paso. Ahora, con el vestido de un mendigo, no era digno de las miradas, su lugar era el fango, el estercolero; era tanta la miseria de su imagen, que las personas le tiraban el pan como a un perro, y murmuraban palabras tristes acerca de él.
          Cuando llegó a los jardines de su casa, sintió una repulsión asfixiante; lecho impuro, ignominioso, y corría entre las flores, arrancándolas, pulverizándolas entre sus fuertes manos.Clodette, su amada, la mujer infiel, quien lo observaba desde dentro, salió para echar al loco que destruía sus jardines: “Sal de aquí, viejo repulsivo”, le decía la mujer, entonces él la miró, y tembló, y cayó de rodillas sobre aquellas flores muertas. “Sal de mis jardines”, le gritaba Clodette, y él, la miraba acercarse. Sacó de entre sus míseras ropas la daga rutilante, y la empuñó en dirección hacia ella, y la mujer se detuvo, paralizada del miedo.
          Clodette era bella, tan bella como sus más arcaicos recuerdos, tan bella como aquel primer beso, como aquel primer intercambio de cuerpos, su belleza le parecía virginal, encantadora, inocente; le fue imposible violentar tan bella imagen.
          Había perdido todo, incluso el valor de asesinar a sus enemigos; el amor lo había vuelto débil, y por ese amor había perdonado a la mujer que fue su miseria, pero, no pudiéndose perdonar él, volvió la daga contra sí mismo, y perforó su pecho, cortando aquella entraña miserable que es el corazón. La mujer ahogó un grito entre sus manos, y volvió corriendo hasta su casa, sin mirar atrás. Él, débil por la herida, logró caminar hasta el mar, la única libertad que conocía; y allí, encontró aun el barco que lo había llevado hasta su venganza. Cayó sobre la blanca arena, que volvió tinta en sangre; y, no supo más.
          Cuando abrió los ojos, no vio, sino el azul del cielo, extenderse infinitamente.
          Los piratas habían salvado su débil corazón, con el único propósito de arrojarle al mar, para ser tragado por él, para ser purificado por él, porque, ese es nuestro origen; vuelta a lo primitivo, vuelta al valor, a lo principal. Solo así, sería, un Hombre.
          Y así fue hecho. El guerrero fue arrojado al mar, y los piratas lo contemplaron perderse en las grandes olas.
          El guerrero sobrevivió. Nadó, con mayor fuerza que al blandir una espada. La marea y el viento lo arrastraron hasta nuevas playas, donde descansó y, se fortaleció aún más.
          No tardó en darse cuenta de su extravío, y por lo tanto, la necesidad de encontrarse. Y partió de aquellas playas, sobre una balsa hecha con sus propias manos. Y, recorrió el mundo, como nunca antes lo había recorrido, es decir, en soledad. Perdió la noción del tiempo, y el tiempo, no fue, sino de él.
          Conquistó el mundo; se conquistó así mismo. Tuvo la experiencia del horror de la vida en todas las tierras que hollaron sus pies; y el dolor y la soledad lo hicieron fuerte.
          Volvió ya anciano, a la tierra de su ignominia; tierra vil, y, repulsiva. Y allí, encontró a aquella mujer, por la cual había atentado contra su vida, hiriendo su corazón. Pero ya el recuerdo, no era sino nada, menos que nada. Supo más tarde que la mujer había hecho de su vida una miseria; aquel hombre, por el cual había cambiado al guerrero, le robó todo y, la condujo a la prostitución, a la violencia, a los vicios.
          El vagabundo la observaba, como se observa un punto en ninguna parte; su corazón, había sido conquistado por su cerebro. Ya era más que un hombre.
Observaba la vida diaria, lo que todos llamaban vida, él no contemplaba sino la muerte. Él pasaba el tiempo en las calles, contemplando aquella miseria de vida, y reía, sabiendo que él, no pertenecía a ella. Él, no seguía a nadie y a nada, sino a sí mismo. Era único.
          Cuando vio a aquella mujer despreciable, fulminada por el rayo, esbozó una sonrisa. No se regocijó por un sentimiento de venganza, sino por lo ridículo de aquella muerte.
          El vagabundo se levantó del suelo, y marchó en dirección contraria del séquito de hombres que se decidieron a acompañar a aquel que había traído el rayo asesino.
El Hombre, no le temía a la muerte. No temía a nadie, ni a nada.
Y se alejó de todos. Y se fue lejos, envuelto en un manto de soledad, seguido de sus perros fieles.
Y el Hombre, desapareció de las páginas de la historia.

Escrito por: Jorge Armando Pérez Torres (México)
Si quieres leer más sobre está obra: El Sueño de los Muertos

domingo, 20 de octubre de 2013

CONCURSO ANIMALES: KITO


AUTOR: SIDCA

KITO 



        Mi nombre es Kito. Os voy a contar qué me pasó una de las veces que estaba persiguiendo a una mariposa. La primera vez que tuve constancia de mi contacto con otros humanos fue aquella tarde que, paseando por el bosque, metí mi patita en un agujero. Fue una tarde aciaga. Al dolor por ese hecho, se sumó el hecho de que estaba cayendo agua por todas las partes. Me quedé así durante buen tiempo, hasta que algo cogió mi patita y la sacó del agujero. No pude ver muy bien pues era de noche. Tan negra como mi piel. Recuerdo que esa noche me pusieron algo encima mío, con el cual sentí algo en mi cuerpo parecido a aquellas veces cuando mi antiguo amo me ponía cerca del fuego. Tenía tan poca fuerza, debido a que había gastado mi poca energía en intentar sacar la patita de aquel dichoso agujero…¡que no pude ni tan siquiera levantar mis pobres orejitas para escuchar el ruido que había cerca de mí! Al no volver con mi dueño, me sentí desorientado. Con mucho miedo. Quizás porque no sabía qué, o quién, me había ayudado. Por lo pronto, no eran alimañas peligrosas. Porque si así lo fuera, ¿por qué me estaban dando ese manjar que tenía delante de mí? Así empezó aquella nueva vida. Todo era muy diferente a mi alrededor. Los humanos, mi nueva ama, mi nuevo hogar, mis amigos…¡muy distinto a lo que tenía antes! A pesar de tenerlo casi todo, me faltaba algo. Husmeaba por entre los alrededores, pero no sé qué sensación me estaba invadiendo desde que llegué a ese nuevo hogar que…no sé, no sé cómo explicar esa nueva sensación. ¿Quizás tenía que ver con la comida? No, porque me gustaba más que la que me daba mi anterior amo. ¿Era la cama, mis nuevos amigos…? ¡No, tampoco! Y esos seres me acariciaban. Incluso mejor que mi antiguo amo. No sé qué era. Era nueva para mí. Jamás antes la había sentido. No sé. Me sentía extraño. Muy raro. No era yo. ¿O sí? Dejé pasar el tiempo para saber si era ese cambio en mi vida el responsable de esa sensación extraña. Al cabo de varias semanas, me volvió a pasar. ¡Otra vez esa sensación! Al día siguiente se lo pregunté a mis amigos. Tuve que buscar una solución porque no podía estar con ese dolor de barriga. Sin rumbo en mi vida. Parecía como esos seres alados, que van a todas partes sin destino fijo. Siempre moviéndose. Buscando algún lugar fijo. Mis amigos siempre me decían lo mismo: —Ya te acostumbrarás. Eso suele pasar durante un tiempo. Después desaparecerá. A nosotros nos pasó lo mismo. Tuve que confiar en ellos. Por algo lo han pasado. En fin. Intenté seguir con mi vida, tal cual la tenía antes de ser recogido por esos seres. Pasaba el tiempo y mis amigos se preguntaban qué era lo que me pasaba. —Hola chicos. Para ser sincero, os he estado mintiendo durante todo este tiempo. Realmente sigo con esa extraña sensación. No se me ha quitado. Todos me miraron con pena. Sin saber qué hacer. Mi situación en ese lugar empezó a empeorar. Apenas probaba bocado, no dormía, vagaba como los pájaros. Mis amigos me miraban como si fuera un extraño. Hasta que un día, en el que empecé a perseguir a una mariposa por las cercanías del lugar, me empecé a sentir bien. A medida que me alejaba de aquel lugar, me sentía más vivo. Con más ganas de vivir. ¡Claro, eso era…! ¡Aquella sensación desaparecía a medida que me alejaba de aquel lugar! ¡Entendí qué era lo que me pasaba! —¡Amo, espérame, quiero volver contigo amo! ¿Dónde estás, amo? No reconocí el sitio en donde estaba, pero aquella sensación ya se había ido. Busque un cobijo donde pasar la noche, pues hacía tiempo que la luz se había ido. Y, sin querer, metí mi patita en un agujero. 


Relato participante para La Asociacón Albergue de Bañaderos

sábado, 19 de octubre de 2013

Elric de Melniboné sigue vivo, J. F. Valdivia continúa la historia

SAGA ELRICK DE MELNIBONÉ, CONCURSO DE RELATOS BUKUSONLINE #BUKUSCE

EL ALMA DEL FANTASMA NEGRO




        La noche se abalanzó con depredadora eficacia sobre la jungla de Elwher. Inmerso en una oscuridad casi impenetrable Moonglum apenas podía apreciar detalle alguno de la alfombra de hierba enfermiza y humus descompuesto que pisaba. Pero el guerrero pelirrojo no necesitaba mucha luz: le bastaba con oír la respiración de su presa, unos pies más adelante.Avanzaba con cautela, atento a todo cuanto le rodeaba. Llevó una mano a su carcaj mientras con la otra preparaba el arco. Rebuscó entre los extremos emplumados de las flechas. Al hallar la que buscaba esbozó una sonrisa. No se olvidó de murmurar una letanía en agradecimiento a Katakal.

        Ante Moonglum se abría un pequeño claro en cuyo centro reposaba su objetivo. Con un movimiento automático, interiorizado tras décadas de escaramuzas, preparó la flecha y estiró el tendón, lo justo para poseer una valiosa tensión inicial. Avanzó un par de pasos hasta quedar al borde de la foresta. Todo él permanecía inmerso en el coágulo de sombra, de tal manera que sólo la punta de la flecha asomaba a la claridad de las estrellas: el extremo de la saeta emitía un ligerísimo resplandor rojizo, un brillo que Moonglum no quería que resaltara en la oscuridad. Tensó un poco más el arco. Tomó aire y apuntó, estudiando con detenimiento a su presa, buscando el punto idóneo donde clavar la saeta. Para un observador poco perspicaz la bestia bien podía resumirse en una masa vermiforme: un enorme y alargado tubo de intenso y pulido negro azabache. Pero si el observador prestaba un poco más de atención podría apreciar cuatro patas saliendo del tronco. Parecían pequeñas y escuálidas en comparación con el resto de la bestia. Cada una de ellas terminaba en una especie de mano dotada de tres dedos más un espolón. Unas uñas grandes como cuchillos hacían de los dedos armas temibles; el espolón resplandecía ávido a la luz de las estrellas, un sable capaz de abrir en canal a cualquier hombre. Sobre el lomo había lo que a primera vista parecían dos largos y delgados cilindros de ébano. Pero Moonglum sabía muy bien de qué se trataban: enormes alas de seda, recogidas pero siempre dispuestas a elevar a la criatura al mínimo indicio de peligro. Los extremos del cuerpo cilíndrico eran bien diferentes. De uno de ellos surgía un penacho de plumas en forma de flecha; bajo la luz del sol emitían destellos rojizos, único detalle de color en el cuerpo del animal. En el extremo opuesto se movía una cabeza enorme. Dominaban su rostro dos los ojos negros y pequeños pero dotados de un brillo inteligente. Las fauces descomunales albergaban dos hileras de dientes amarillentos y carentes de piedad. La fiereza del rostro parecía atenuada por el cómico detalle de dos estilizados y larguísimos bigotes negros como la pez.

        El dragón yacía recostado sobre la maleza, indiferente a todo cuanto le rodeaba. Sólo tenía ojos para la vaca que con meticulosa precisión estaba desmembrando. Tomaba los pedazos y los desgarraba para obtener otros menores. Cuando estos poseían un tamaño determinado los engullía de un solo bocado. Moonglum aguardó a que el animal se saciara: a más cebado menos ágil y más lentas serían sus reacciones. No estaba dentro de sus previsiones enfrentarse cuerpo a cuerpo a semejante monstruo, pero en todo caso mejor hacerlo contra un dragón abotargado, saciado después de un festín, que contra uno hambriento y ágil. Tras un rato de la vaca sólo quedó una jaula de descarnados barrotes óseos.

        Esta es mi oportunidad, pensó Moonglum. Sus dedos tiraron al máximo del tendón. La punta del dardo retrocedió hacia la oscuridad mientras su brillo se intensificaba presa de la anticipación. Guiñó un ojo, hizo los últimos cálculos. Mientras lo hacía notaba cómo la excitación de los viejos tiempos, cuando recorría los Reinos Jóvenes acompañando a su amigo Elric, regresaba. Aventura, misterio, parajes exóticos y enemigos sorprendentes. Pero hacía años que había regresado a Elwher. Con su mujer e hijos, con sus vecinos de toda la vida.Gracias a las joyas y pequeños tesoros que había ido acumulando fruto de sus andanzas con el albino se pudo permitir una vida desahogada. Terrenos, cuadras, sirvientes, una amplia mansión. El retiro del guerrero. Pero los años transcurrieron y con ellos se aposentó la monotonía, incluso la desidia. Amaba a su mujer, por supuesto, pero añoraba la emoción de saber que su vida peligra. Sus hijos habían crecido y madurado: se habían vuelto independientes y deseaban un futuro muy distinto de las aventuras de su padre. No le necesitaban, ahora menos que nunca. Con los años Moonglum veía cómo se diluía la magia que en otro tiempo coloreara su vida. Por eso cuando tuvo noticias acerca de un espectro que robaba ganado, un enorme fantasma negro que sobrevolaba de noche pastos y establos, no dudó en ponerse en marcha y prometer a sus compatriotas que acabaría con el demonio. Semanas después, ya desenmascarado el culpable de los saqueos, allí estaba él, Moonglum de Elwher, dispuesto a acabar con el dragón. Y volver a paladear la aventura y la victoria.

        Soltó el tendón. La flecha silbó en el aire dejando tras de sí un delicado rastro rojizo:el elemental de fuego alojado en la punta de metal meteórico disfrutaba con ese efecto. Se clavó con fuerza en el costado de la bestia. El de Elwher suponía que en esa zona debía estar oculto el corazón de la bestia, pero no estaba seguro. El animal se parecía muy poco, por no decir nada, a los dragones que dormitaban en las cavernas de Melniboné. Pero debía acabar con él: por la tranquilidad de sus vecinos, por su propio orgullo. Por su pasado. Las escamas de la coraza cedieron ante la punta de flecha, que fundía el material gracias al poder del elemental de fuego que llevaba atado. El dardo atravesó las escamas como si se tratase de un pastel. Se hundió casi hasta las plumas en la carne del monstruo, que rugió lleno de sorpresa y dolor. El animal alzó la testa buscando el origen de la flecha, pero el hombrecillo pelirrojo ya se había ocultado en lo más profundo de las sombras. Pensaba que le bastaría con sentarse allí y aguardar: suponía que la salamandra envenenaría con su fuego la materia del dragón y lo mataría en unos instantes. Pero para su sorpresa la criatura, tras emitir un nuevo bramido, desplegó las alas y alzó el vuelo. Moonglum observó con ojos incrédulos aquella huida. El elemental le debe estar devorando por dentro, abrasándole las entrañas. Y sin embargo saca fuerzas para escapar, pensó admirado el de Elwher. Incluso tan lleno de comida como está. Pero se mueve torpemente. No irá muy lejos.

        En efecto, el animal batía las alas con lentitud, con más intención que resultado. Su vuelo no ganaba ni altura ni velocidad, lo que permitió a Moonglum correr por la jungla tras él sin perderlo de vista. Al cabo de un rato identificó el destino del animal: una colina cercana, una mole rocosa que despuntaba sobre el techo de árboles. Cuando estuvo ante la base del cerro comprobó que por alguna razón la jungla no había querido apoderarse de la elevación. Los últimos pasos antes de llegar a sus laderas estaban despejados: el terreno, apenas cubierto por hierba rala y de aspecto mustio, salpicado aquí y allá de arbustos raquíticos, casi parecía un erial, muy distinto a la húmeda y lujuriosa selva que le rodeaba. Moonglum notó cómo una intensa punzada de ansiedad se clavaba en su columna vertebral: si aquel lugar escondía algo de magia poco podía hacer él. Si al menor Elric o Rackhir estuvieran a su lado…

        Pero se enfrentara o no a un nodo mágico, el cubil del dragón estaba allí. Había visto a la bestia introducirse en una oquedad amplia y desdentada situada a media altura de la ladera. El torpe movimiento del animal había provocado un pequeño desprendimiento de rocas (Moonglum pudo distinguir sin problema su sonido susurrante destacando entre algarabía nocturna de la jungla), del que ahora apenas quedaba una tenue nube de polvo. Ante lo inminente de su muerte el monstruo regresaba a su hogar.

        Moonglum salió de la espesura y atravesó el erial hasta la colina. Mientras se acercaba notó que las laderas poseían líneas en extremo perfectas. Un par de vistazos más le sacaron de dudas: la elevación no tenía nada de natural sino que se trataba de una especie de pirámide achatada, olvidada y desmoronada por el tiempo. Aquello hizo que se intensificara su temor ante la posibilidad de encontrarse frente a un redil de magia, una magia tan poderosa como para impedir que la jungla se apoderara de las ruinas.

        Un rugido lastimero y apagado surgió de la caverna. Con o sin magia, el animal moriría allí dentro. Pero él debía cerciorarse, entregar a sus vecinos la cabeza cortada. Buscó algo que le pudiera servir de tea. Bajo la tímida luz de las estrellas halló un arbusto achaparrado y reseco. Había resistido bien el ambiente miasmático de la jungla, impidiendo que su madera se corrompiera. Con la habilidad de la experiencia Moonglum tomó varias ramas y las anudó con una tira de cáñamo que extrajo de su pequeña mochila. Con la tea ya lista afianzó sus armas a cintos y correajes (amaba a su arco y su carcaj, a su katana y a su tanto, casi como si se trataran de miembros de su familia, y no quería perderlos escalando) e inició la ascensión de la ladera.

        Cuando llegó a la boca de la cueva un hálito de putrefacción le golpeó las fosas nasales: ahí dentro reinaba la muerte. Hurgó en la mochila hasta encontrar la yesca y el pedernal, con los que prendió la antorcha. Con la llama en la zurda y esgrimiendo la katana en la diestra Moonglum descendió paso a paso el pasadizo hacia las entrañas de la pirámide. Las paredes legamosas y pulidas resplandecían a la danzarina luz de la tea. Desde lo más profundo del túnel provenía un sonido grave: una respiración desacompasada que a veces inspiraba con desesperación y otras con languidez. En un momento dado el sonido llenó toda la oscuridad, haciéndose casi palpable.

        Un cambio en el desnivel reveló a Moonglum que el descenso había acabado. El sonido de la respiración, junto con el hedor a podredumbre, se había vuelto un ente propio, omnipresente y aterrador. Pegado a la pared alzó la antorcha en un intento de ver algo. Al elevar la llama creyó distinguir cientos de constelaciones, tenues destellos que resplandecían con todos los colores imaginables: estaba rodeado de incontables gemas, lujuriantes tesoros. Pero el pelirrojo sólo tenía ojos para una constelación en particular, una enorme y alargada sucesión de diminutos brillos acerados, con un extremo rojizo y otro marfileño: el dragón.

        La bestia alzó su cabeza, acercándola a la del de Elwher. En ese preciso momento la antorcha chisporroteó, quien sabe si por algún efluvio del cubil o por el terror que emanaba el propio Moonglum. El súbito resplandor iluminó unas fauces enormes que se abrían hacia él. Maldijo su exceso de confianza y blandió la katana hacia la bestia, que respondió con un bufido. Moonglum conocía de sobra ese sonido: el dragón había tratado de escupirle con su saliva venenosa e inflamable. Pero por alguna razón al sonido no le siguió un estallido de llamas. El animal dejó de soplar y su cabeza cayó a plomo contra el suelo.

        Agotado, está agotado, pensó Moonglum aliviado. La bestia agoniza tanto que no tiene fuerzas ni para lanzar su fuego. Eso, y sólo eso, me ha salvado de la muerte.

        La respiración del dragón se había vuelto más pesada; el sonido agonizante parecía agarrarse a las paredes, intentando resistir y no extinguirse. En un acto más insensato que meditado Moonglum se acercó a la bestia. Tendió la antorcha hacia la cabeza del animal. Un enorme ojo marrón pestañeó con cansancio mientras estudiaba el rostro de su asesino. El bramido de la respiración se iba atenuando, ya casi inapreciable de tan leve como se había vuelto. La monstruo cabeceó sin fuerzas, como si tratara de ahuyentar al pelirrojo. Abrió un poco las fauces pero apenas pudo proferir un gañido agudo y patético. Entonces la cabeza se ladeó laxa y el ojo perdió todo brillo. Una vaharada de vapor emergió por entre los dientes para perderse en la oscuridad. El alma del fantasma negro abandonaba su hogar. El monstruo había muerto.

        Todo había acabado. Moonglum notó cómo la euforia se adueñaba de él. La sonrisa regresó a su rostro justo para quedar congelada al instante siguiente: todavía se escuchaba una respiración. Barrió la negrura con la antorcha pero no pudo apreciar movimiento alguno en el corpachón del dragón. Pero el sonido de unos débiles pulmones persistía.

        De improviso resonó un balido. Un balido o algo que a Moonglum le recordaba a un balido, si bien jamás había oído uno con un timbre semejante. Provenía de detrás del corpachón de la bestia. Con sumo cuidado Moonglum rodeó la mole negra e iluminó el otro lado. La antorcha iluminó una figura fantasmal tendida en el suelo, rodeada de los restos a medio digerir de la vaca y de otros animales. La cría de dragón, blanca como la nieve, devolvió a Moonglum una mirada llena de pavor. Temblaba de cabo a rabo y estaba en extremo delgada. Con una longitud no superior a la de un hombre, la cría parecía desvalida.

        Moonglum se aproximó al animal. Ya lo tenía casi al alcance de la mano cuando se dio cuenta del detalle: se trataba de un albino, un engendro débil y enfermizo necesitado de cuidados especiales para sobrevivir. Esa cría era la verdadera alma del dragón, aquello por lo que saqueaba campos y arrasaba establos. El juego de relaciones se clavó en la mente de Moonglum: un patético albino dependiendo de un coloso negro; una abominación negra velando por la salud de otro engendro, éste de salud precaria y piel lechosa. Moonglum estudió aquellos ojos sesgados, de tonos carmesí y amarillos, anegados de fatalidad. Conocía aquella mirada. ¿Qué significaba este encuentro?

        Se acercó un poco más al cachorro. Quizá estudiando de cerca a la cría podría adivinar porqué su mirada le oprimía el corazón de esa manera. Tendió una mano hacia la parte posterior de la cabeza del pequeño dragón dispuesto a acariciarlo, pero descubrió que su mano tenía aspecto brumoso, desdibujado. Desconcertado Moonglum comprendió que el dragón no era Whiskers: ni siquiera era un gato. El pelirrojo se sentía confuso, abotargado, desconectado. Sus ojos se cruzaron con los de la cría una vez más. En ellos chispeaba la amargura, la desesperación. Una mirada que Moonglum asociaba a su viejo amigo.

        La niebla se volvía más densa. Moonglum supo que no mucho después de que se disipara volvería a enfrentar aquellos ojos tan desesperados y extraños como afables. Optó por relajarse y dejó que los Poderes hicieran su trabajo. La bruma le envolvió arrancándole de Elwher. En su mente apareció por un breve instante la figura de su mujer. Se las apañaría bien. Sabía cuidarse: lo había demostrado en numerosas ocasiones. Ahora debería volver a hacerlo una vez más. Quizá la última. Ojalá fuera la última.

         Pero Jhary–a–Conel sabía que todavía quedaba mucho por hacer.



La historia se desarrollaría entre La maldición de la espada negra y Portadora de tormentas.
Si quieres leer más sobre está fantástica saga: Elric de Melniboné
Si quieres leer más sobre el autor del relato: Juan F. Valdivia

jueves, 17 de octubre de 2013

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miércoles, 16 de octubre de 2013

Jorge Armando Pérez Torres, RELATO PARTICIPANTE EN EL CONCURSO SIGUE UNA ESCENA #BUKUSCE


Escena inspirada del libro: “Regalo de Reyes” de Jesús Zamora Bonilla. Capítulo 1, pág. 47 (en visor “Calibre”). Escena donde Maite, hija de Pepe y Charo, llega tarde a casa por hacer los preparativos para el desfile, y ha llegado acompañada de Juanjo, un chico por el cual se siente atraída. La escena es muy pronta al final del primer capítulo.

SUEÑO DE UNA FRÍA NOCHE


Y, ambos, soñaron con el otro. No soñaron, sino el mismo sueño. De pie, caminando bajo el frío, sus corazones los mantenían calientes. Perdidos en la ilusión, muy cerca sus manos intentaban tocarse; alargaban el dedo meñique una y otra vez, abandonando todo a la fortuna, sin saber lo cerca que estuvieron dos veces de sujetarse.
Cuánto anhelaba Maite besar esos labios, donde las palabras Historia y Guerra hacían el relato de su vida y de su corazón. Esas palabras, siempre se han correspondido a ese sentimiento rebelde que es el amor. En la historia, la Conquista obedece a una intervención violenta, ruda, que extingue todo y deja su huella. ¡Conquista! ¿No es esta palabra lo mismo en el amor? La psique de uno, anonada la del otro, no deja sino espacio solo para el recuerdo del conquistador; allí yacen las caricias, los besos, las palabras, las fragancias, las miradas. Eso, es la guerra, el conquistado no vive sino para rendirle tributo a su invasor, éste, como todo sabedor de despojos vandálicos, no vive sino del otro, y, al marcharse, todo lo que deja es una tierra hollada y saqueada de sus tesoros. No queda en ella rastro alguno de aquella conquista, es decir, de aquel amor, sino el recuerdo doloroso.
Juanjo, era de esos chicos que sabe enamorar con tan solo un movimiento, con una sonrisa o una palabra; él, se ubicaba exactamente en el contexto actual que los medios de comunicación proponían, y ello, además de sus características físicas y sociales lo colocaban en algo así como “el centro del universo”. No importaba que no tuviera opinión propia, bastaba con hablar de fiestas y bailes para tener la atención de todos y todas. Él, era de esos chicos a quienes se les pregunta que serán el día de mañana, y la mejor respuesta que pueden dar es: “no lo he pensado”. Sí, así era él, hacía caso de revistas de moda y música, se actualizaba constantemente en ambos rubros. Cuando los profesores le preguntaban porque le gustaba bailar (porque en realidad lo hacía de maravilla), él respondía: “porque me gusta”. Su capacidad de aprendizaje era asombrosa, al igual que su memoria, ambos para aprender nuevos bailes y canciones; parecía una suerte de computadora en la cual se almacena la información, pero que es incapaz de pensar. Él, era el resultado de lo que el poder adquisitivo y comercial quiere de los jóvenes: no razonar, sino consumir.
Maite, todas las noches hacía un plan para confesarle sus sentimientos a Juanjo, y cada mañana se proponía llevarlo a cabo; sabía dónde encontrarlo a solas, lejos de todas las demás chicas que aún se aferraban a su compañía, lejos de todos los profesores. Pero cada día, al encontrarse con él, todos sus planes se desvanecían; no tenía la valentía necesaria para manifestarle sus sentimientos. Ella quería desvanecerse entre sus brazos y descansar sobre su pecho, quería cerrar sus labios sobre los de él y respirar el aliento de su boca. Loca, loca, estaba perdiendo la cabeza por Juanjo, y ella misma se llamaba loca, se decía enamorada y al mismo tiempo se sentía temerosa de ese sentimiento que la envolvía como una camisa de fuerza, estrangulándola y maniatándola, sin oportunidad alguna de escapar, condenada al claustro de su propio corazón. Y recordó su clase de historia, todos aquellos relatos antiguos que se dice que es la historia del hombre, y en todos ellos no veía sino la guerra y el odio; el amor estaba ausente de las páginas de la historia. Y, entonces, se decidió a encontrar ese verdadero amor, que no lo veía sino en Juanjo; para saberse real, para saberse autentica, porque veía en todos los demás una farsa, una hipocresía en eso que ellos llamaban amor, en sus caricias y palabras. Se decía así misma: “el amor no existe, es una invención, pues de lo contrario el mundo no tendría la historia que conozco. Yo, soy la primera persona que ha amado, y Juanjo será la segunda, y será a mí a quien ame. Nosotros no inventaremos el amor, sino que lo descubriremos. Ese, es el secreto de la vida”.
Ambos se volvieron y, encontraron sus rostros; esbozaron una sonrisa y un brillo en sus ojos pareció cubrirlos. Y, soñaron. Se vieron así mismos como un poeta y la amada; la redención.
Ya estaban frente a frente, los cuerpos excitados, la respiración acelerada; su aliento tenía el aroma de la pasión y el deseo. Las manos del poeta ascendían por el delicado talle de la jovencita y, detuviéronse en su pecho. Pronto, Juanjo desnudó del vestido los dos senos perfectos, semejantes al marfil, y brotaron indómitos, inconmensurables; bellos, y, ella, lo dejó hacer. Ella, era semejante a Angelica de Pino Daeni; belleza artística, belleza real, sublime, ideal, impoluta; sempiterna. Y él, era un guerrero, la palabra aguda era su lanza y, su genio; su bastión. Él, era Aquiles y Héctor, y, Orlando el furioso, era: un loco; era, un artista. Ellos eran el uno y el otro; uno mismo.
Maite, se daría a su señor, su cuerpo era el altar donde inmolaría su virginidad, el madero donde crucificaría a ese Cristo de pasión y lujuria. Y las palabras del poeta Aimé Césaire llegaron hasta su memoria como la sombra ingente de un águila desplegando las alas: et la beaute anarchiste de tes bras mis en croix 
et la beaute eucharistique qui flambe de ton sexe
au nom duquel je saluais le barrage de mes 
levre violentes 
Juanjo la tomó y, holló con sus besos aquella piel virgen como un conquistador que ha posado su pie sobre una tierra nueva; le parecía magnifica, excelsa, misteriosa. Una emoción ingente lo superó; lo ahogó. Parecióle una experiencia poética y, se miró dentro de un poema;
Je suis devant ce paysage féminin 
Comme un enfant devant le feu 
Souriant vaguement et les larmes aux yeux 
Devant ce paysage où tout remue en moi 
Où des miroirs s'embuent où des miroirs s'éclairent Reflétant 
deux corps nus saisons contre saisons

Había leído L'extase de Paul Eluard y, al leerlo, habíase mostrado como un niño delante del fuego; misterioso, hipnotizado. Ahora, esas palabras, esa belleza, ese ideal; se le mostraba como carne; el verbo transmutado; la palabra perfecta: Maite.
Juanjo tomó a la jovencita, la cargó, y la condujo así, desnudo su pecho semejante al mármol, hasta la cama. Y allí, desgarró las ropas femeninas con tal violencia que se diría un Sansón colapsando las columnas filisteas del palacio donde yacía prisionero, para ahogar en aquel cuerpo aún invicto, su pasión romántica.
Y Maite, con el alma encendida, se hundió en aquella cama inmensa y bella, semejante al dormitorio de un sultán a quien esperan todas sus mujeres; y, su cuerpo se confundió entre la seda de las sábanas blancas. Por fin, rendida ante aquel hombre, separó
sus piernas ya desnudas y mostró su sexo, el poeta acercóse lentamente, con parsimonia y, el aroma virginal de la pasión llegó hasta su rostro.
Cansado y sediento, como un guerrero extraviado en el desierto que ha hallado un oasis, Juanjo se arrojó hacia esas aguas puras, aguas vírgenes y, bebió de ellas y, se satisfizo. Parecióle un bello jardín; la tierra primigenia; vuelta a la infancia; diálogo consigo mismo y con el otro; diálogo con el todo; sombra augusta bajo palmeras edénicas; muerte prematura; encarnación en otro cuerpo; el de ella, el de él.
Entonces, se besaron, un beso más; cerrados los ojos, los poros abiertos. El sabor de sus cuerpos yacía en su saliva, corriendo como el cauce de un río que se une al ingente y misterioso mar. Sus cuerpos se entrelazaban al ritmo lento de una música hindú; el sitar y sus ecos, la marea allá afuera en el mar ascendiendo con mayor fuerza, y, en la cama, el furor de sus pasiones golpeando sus cuerpos… todo era uno mismo; una misma imagen…
Y, entonces, llegaron a la casa de Maite.
Una vez más sus miradas se encontraron, y sus alientos se confundieron; ya estaban muy cerca uno de otro. De alguna manera, ambos sabían del sueño compartido.
Entonces el teléfono de Maite sonó…


Jorge Armando Pérez Torres

viernes, 11 de octubre de 2013

CONCURSO ANIMALES: BUSCANDO LA CAMIONETA GRIS



AUTOR: LEÓN

En el cuarto de Papá, Carlos, Mi amor y Mamá, Amalia, Mi vida, se encendió la luz.
Seguí fingiendo dormir sobre mi tapete calientito al lado de la cama de Enrique y esperé que Mamá, Amalia, Mi vida viniera a despertarlo, apurándolo para ir al colegio.
Cuando Enrique entró al baño fui a saludar a Mi Amor y a Mi Vida. Ellos como todas las mañanas me acariciaron la cabeza y yo agradecido los seguí.
Poco más tarde, Amalia llamó a Mi Amor para que desayunara.
Él no llevaba saco, ni corbata.
Será que ya es día de ir a la finca, me pregunté, y muy contento lo acompañé al comedor y esperé que desayunara,… al baño donde se lavó la boca,… lo seguí a la cocina a despedirse de Mamá y después al garaje.
Abrió la puerta hacia la calle, subió a la camioneta y la encendió.
No me abrió la puerta de atrás para que yo me subiera.
Me acerqué a su ventanilla para que recordara abrirme, y él sin mirarme arrancó.
Lo seguí al andén esperando que allí recordara que iríamos juntos a la finca como todos los sábados. No me miró. Tomó el control, cerró la puerta del garaje y arrancó.
Le llamé fuerte y corrí tras la camioneta hasta la esquina, seguro de que allí terminaría la broma y me abriría la portezuela, para que subiera al carro.
Pero no, frenó un poco por precaución de no ir a chocar con otro carro y luego, al tomar la avenida, aceleró.
Le grité lo más fuerte que pude y emprendí carrera tras la camioneta, seguro de que pronto lo alcanzaría. Sabía que si miraba por el retrovisor, al no verme sentado atrás, recordaría que me había dejado.
Seguí corriendo a toda velocidad sin desprender mi vista de la camioneta. Esquivé  a otros carros que pasaban junto a mí. Los buses, los taxis, las volquetas me pitaban insistentemente como para asustarme. Yo no les hice caso pues no quería perder de vista la camioneta gris de papá.
Había llovido la noche anterior y los carros que pasaban a mi lado o los que yo adelantaba, me salpican con agua pantanosa. No me importó, corrí y corrí como cuando en la finca perseguía liebres.
No supe cómo, ni cuál fue el momento en que no vi más la camioneta gris de Mi Amor, pero seguí corriendo aun más, para darle alcance.
Al mirar a los lados de la avenida buscando ver la camioneta, vi que mucha gente me miraba, unos  tapándose la cara, otros me gritaban. Algunos carros se orillaban, otros frenaban a mi paso, pero yo seguí corriendo.
Al rato me sentí muy cansado y quise  buscar agua para beber, pues de otra forma no podría seguir tras de la camioneta de Carlos.
Antes de que me subiera al andén para buscar agua, sentí que un carro hizo chirriar sus frenos muy cerca de mí. Por poco me atropella y el chofer me grito una sarta de insultos.
Asustado me escondí tras los arboles de un parque. Esperé un poco, me tranquilicé y luego escuché el agua de una fuente y fui hasta allí para saciarme.
Me acosté sobre la grama fresca lo que para mí debió ser un momento; pero sin duda no fue así pues cuando desperté ya estaba anocheciendo. Se estaban encendiendo las luces en los postes del parque y en las de las ventanas de los edificio vecinos.
Caminé un poco, me sacudí las hierbas secas que tenía adheridas, hice memoria de lo que había ocurrido. Fui hasta la avenida para buscar mi camioneta gris, pero las luces de los carros me impedían ver sus colores y también sus formas.
Percibí muchos olores; tantos que me sentí mareado. Reconocí el de los carros, algunos perfumes conocidos de flores y sobre todo en las esquinas y en los rincones de las calles, algunos olores inquietantes.
Seguí caminando. Miraba a las personas que pasaban en todas direcciones. Casi todas me eludían. Yo eludí  a sus mascotas, aunque de lejos interrogaba sus posibles intensiones.
Más tarde, en unas bolsas dejadas en una esquina por la que pasé, sentí ese olor que tanto me gusta: Pan, carnes con salsas y galletas.
Recordé que Amalia me tenía prohibido comer de esas cosas, pues decía que a mí eso me hace daño. No estaba conmigo Enrique que era el único que a escondidas me pasaba debajo de la mesa algún pedazo de su pizza o de su hamburguesa.  Sentí deseos de escarbar en aquellas bolsas, pero recordé a Mi Vida y seguí de largo.
Creo que caminé toda la noche. A veces trotaba un poco hasta la siguiente esquina para ver si encontraba algún lugar que me fuese conocido. Buscaba las calles más iluminadas, y de allí me hacían ir los insultos y a veces las piedras y palos que gente loca me arrojaba. Si me iba por las calles oscuras y por los callejones, los ladridos de perros guardianes o perros callejeros me hacían correr para escapar de sus mordiscos.
Cuando no hubo más carros en las calles y toda la gente se recogió en sus casas, fui despacio por un andén junto a casas con antejardines. De pronto me llegaron olores conocidos mezclados con otros que no sabía precisar. Olía nuevamente a comida deliciosa y prohibida, a cobija vieja y calientita, a orines que marcan territorio, a la respiración de quien duerme con la boca abierta. No pude resistirme, me acerqué.
Alguien dormía allí acurrucado en el rincón. Protegía entre sus piernas la bolsa de donde salían los olores que me hacen daño. En el rincón dejaba libre un canto de su cobija vieja y calientica. Recordé mi tapete en el cuarto de Enrique. Di como siempre unas tres vueltas sobre la cobija y me eché pegadito al cuerpo caliente de quien ya dormía y junto a él, también yo me dormí.
Soñé que Mi Amor y Mi Vida me acariciaban la cabeza.
Abrí los ojos para agradecerles, y vi que era un hombre desconocido para mí, viejo, barbudo y sonriente.
Bajé con cuidado la cabeza pero seguí mirándolo mientras me preparaba para emprender carrera. Sin duda era la persona junto a la que había dormido, pues vi que tenía en su mano, la bolsa de los olores prohibidos.
Quise escapar pero él me agarró fuerte, pero cariñosamente, y volvió a acariciarme la cabeza.
Sin soltarme para que no escapara, abrió la bolsa y me ofreció un pedazo de pizza irresistible.
Yo volteé la cabeza para otro lado recordando a Amalia y al mirarlo vi en sus ojos la complicidad de Enrique.
Entonces sin dejar de mirarlo agarré con cuidado el trozo que me estaba ofreciendo y sin pensarlo dos veces lo devoré.
Luego ya más confiado me apoyé en mis patas, sacudí la modorra de la noche, y en señal de agradecimiento le lamí la mano y la peluda cara, le meneé mi cola y él se carcajeó.

León M.N. Julio de 2013.