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lunes, 1 de julio de 2013

RECUERDOS BY ELRICK




RECUERDOS



            Una extraña melodía, hermosa y metálica llamó mi atención, provenía de la abertura en la roca. Gateando, guiada por la curiosidad me introduje más, descubriendo que lo que yo creía un simple agujero era en verdad un estrecho túnel que serpenteaba. El sonido cada vez era más hermoso. Al final del pasadizo descubrí un gigantesco salón medio derruido. El suelo estaba recubierto de láminas de mármol azul, con gigantescas columnas del mismo material y color, esculpidas con pequeños grabados de dragones en la base. En mitad del salón había un altar muy deteriorado. Paseando la mirada por aquel bello lugar me sentí como en casa, ya que parecía una réplica exacta al salón del trono en Arcania. Pero éste era aún más gigantesco. Ráfagas de viento recorrían lo recorrían dotándolo del único sonido que habrían escuchado sus paredes durante milenios. Salí del túnel y caminé tranquila por aquella sala admirando su hermosura. Todo me resultaba muy familiar, andando llegué hasta lo que parecía un trono, ya que sólo quedaba una parte del asiento mientras que el respaldo descansaba fragmentado en el suelo. Me senté tranquila y cerré los ojos. Sólo escuchaba el sonido del viento que probablemente se filtraba a través de las muchas grietas de las paredes de la roca; las cuales comunicaban con el exterior, dejando que una inmensa sensación de paz se apoderara de mí. De repente escuché voces y risas. Abrí los ojos para ver de quien eran, pero el salón no había cambiado durante los últimos segundos. Me extrañé, pero no le di mucha importancia ya que pensé que serían fruto de mi imaginación, y volví a cerrar los ojos. Unos instantes más tarde escuché de nuevo las risas y vi en mi mente el salón antes de ser destruido y abandonado. Extrañada ante aquella visión abrí los ojos y me levanté rápidamente, inspeccionando el lugar con la mirada. Con sumo cuidado me senté de nuevo en el trono y los volví a cerrar.  Diez hombres comían sin modales y en grandes cantidades. El suelo del salón estaba lleno de desperdicios y basuras. Una camarera se acercó tímida con más comida. Pero uno de los hombres le tiró la bandeja a propósito y cogió a la joven que chillaba asustada ante las risas y las burlas de los demás guerreros. Creo que yo estaba sentada en el trono, que se erguía intacto y majestuoso. Me levanté. Vi mis manos morenas coger la empuñadura de la espada. Lenta y tranquilamente avancé los cuatro metros que me separaban de la mesa y haciendo girar velozmente la espada decapité al guerrero que intentaba abusar de la camarera. La mujer me miró horrorizada. Era una humana y los guerreros eran Hsias de la primera raza. Vi caer lenta y pesadamente la cabeza al suelo, donde después de rebotar unas cuantas veces paró uniéndose a los desperdicios acumulados en el bello mármol. Despacio, subí mi espada y ante la aterradora mirada del resto de los guerreros saqué la lengua y lamí lentamente la hoja, limpiándola de sangre y dejando que aquel siniestro sabor inundara todas mis células. Los hombres sacaron sus espadas, pero no tuvieron nada que hacer, cinco de ellos acabaron decapitados mientras que a uno le hice un corte en el abdomen deleitándome con la visión de sus tripas esparcidas por el suelo. El octavo guerrero se abalanzó contra mí con la espada  en alto, pero de un rápido movimiento vi mi espada clavada en su garganta. El noveno también se abalanzó, pero de una rápida estocada le hice un corte en el cuello. Vi sus ojos de pavor al sentir su propia sangre fluir fuera de él. El último asustado cogió a la joven que lloraba, pretendía utilizarla de escudo para huir. Me acerqué a ellos, lenta y segura le clavé la espada en el estómago  a la mujer. Traspasándola maté también al último guerrero. Las lágrimas de la humana y bello rostro lleno de dolor, me produjeron indiferencia. Con la misma frialdad saqué la espada y la guardé. Después me vi girarme y dirigirme otra vez al trono, donde me senté y relajé los músculos cerrando los ojos como si nada hubiese pasado. Relajada y tranquila, majestuosa y fría ante aquella masacre.
            Desperté sobresaltada de aquel recuerdo. Respiré hondo y miré hacia el lugar donde había visto caer a la mujer. Ese recuerdo pertenecía a…Este salón debía haber sido mi antiguo hogar, pero ¿quién eran aquellos guerreros? Y ¿por qué los maté? 


(Fragmentos) 

martes, 25 de junio de 2013

EL BUEN SAMARITANO BY ELRICK

 EL BUEN SAMARITANO



       Era domingo por la mañana, recién entrado el otoño. Bajaba caminando por la carretera de Palamós (Sant Feliu de Guíxols) hacia el paseo marítimo; donde cada domingo montan el mercado semanal.
No es que sea un comprador compulsivo, ni me guste revolver en las pilas de ropa bajo el lema "Barato, Barato", pero me gusta pasear por las paradas de frutas y verduras pues son de los "pageses" de la zona.


       Bien, volviendo a la carretera de Palamós... Hace unos años inauguraron un centro de la Tercera Edad, rodeado de jardines y una gran plazoleta. Caminando por esa calle, vi detrás de las rejas del geriátrico (Gent Gran) a un señor de avanzada edad en silla de ruedas ondeando frenético un pañuelo blanco. Mis sentidos de alerta se agudizaron y tratándose de una persona mayor corrí hacia la reja para ofrecerle mi ayuda. Al llegar le pregunté que le ocurría y el anciano guardó el pañuelo con pasmosa tranquilidad y se sacó un cigarrillo. Una vez introducido en la boca me hizo con el puño cerrado y moviendo el pulgar la señal de fuego.                 
            Decepcionado por la picaresca del hombre al utilizar tan sagrada bandera para algo tan superfluo le extendí el mechero de mala gana. No tardó en encendérselo, dando bocanadas de puro éxtasis, tras aquellos segundos en los que pude sabor en mis pulmones su cigarrillo, se giró con la silla de ruedas para marcharse. Al ver sus intenciones le grité:
_ Disculpe! El mechero!_ su respuesta, sin volverse hacia mi, fue la  inconfundible señal de la mano cerrada con el dedo corazón extendido.
En aquel momento me vino a la mente la frase esa que dice ...



"De tan bueno que es, parece tonto"
























viernes, 21 de junio de 2013

HADAS BY ELRICK'S BLOGGER


HADAS

            Esta historia ocurrió  el verano del 2009. Vivo en S'Agaró, en una pequeña casita de una planta con jardín. Hacía tres días que por circunstancias personales, mi vecina me había "dejado" a Tara. El animal no daba problemas. Parecía disfrutar de su recién ganada libertad con pasmosa tranquilidad pues provenía de una protectora, donde había pasado los últimos dos años.
            La zona donde vivo es turística, lo que significa que su población se quintuplica en verano. Paso de tener un solo vecino en 100 m. a vivir en un enjambre de extranjeros con pocas nociones sobre el factor solar y coches que no respetan los 20 km/h de la urbanización. Del agradable aroma del bosque al pegajoso olor de barbacoas y pastillas de petróleo para encenderlas. De los cantos de grillos y pajaritos a las cantinelas de los que primero se van de fiesta para volver al amanecer con las mismas absurdas canciones pero desentonando aun más.
   Ese año, la casa de al lado fue alquilada una pareja de mediana edad con sus dos hijos. Sentado en mi porche vi el momento de su llegada (no porque me dedique a observar a mis vecinos por mera distracción o aburrimiento, sino porque era mi hora de merendar). Un renault laguna aparcó delante de mi casa (mi jardín no tiene vallas delanteras), al instante dos niños de unos 11 y 13 años salieron disparados fuera de él, abrieron el maletero y cogieron sus pequeñas maletas; discutían sobre que habitación le tocaba a cada uno. Les siguió la madre, dando les órdenes a gritos. El conductor, de aspecto cansado, ni se molestó en cerrar su puerta al salir. Una familia normal, todos salvo quizás la última ocupante. Una anciana menudita con el pelo blanco abrió la puerta de coche y salió de él extasiada ante los árboles, pues mi casa es la última, haciendo frontera con el bosque. Al vernos, sonrió y dijo:
_ Ven aquí bonita!
Tara salió disparada hacia ella loca de alegría. Su reacción hizo que me atragantara y no pudiera llamarla. Medio ahogado llegué al coche; donde para entonces ya estaba la madre de los niños mirándome con desaprobación. Tara se deshacía bajo las caricias de la anciana y yo intentaba excusarla sin mucho éxito.
_ No tiene que disculparse ante mi hija!_ dijo la anciana con un fuerte acento catalán._ He sido yo quien la ha llamado.
Me giré hacia ella sonriendo de puro agradecimiento y sus ojos de un increíble azul celeste me atraparon.
_ No se preocupe por mi hija._ Me sonrió de forma amplia y sincera.
Cogí a Tara del collar y la llevé a casa, no sin antes volver a excusar ante la hija y el yerno.
    Pasados cuatro días, la amistad entre Tara y Claris (así se llamaba la anciana) ya era evidente. Ella no seguía la misma rutina que su familia. Se levantaba temprano, desayunaba sola en el porche y leía hasta que se levantaba el resto, cuidaba del jardín de aquella casa alquilada con esmero y cariño. Para ser sincero nunca ha vuelto a lucir tan hermoso como aquel verano. Cenaba pronto y sola, después leía hasta irse a dormir. La ventana de su habitación daba al lateral de mi casa. Todas las noches veía la luz encendida y a ella observando mi jardín.
Al sexto día, una noche alrededor de las 2 de la mañana, escuché ruidos fuera. En la puerta de la entrada, Tara nerviosa movía la cola. Me tranquilicé en seguida, no entendía mucho de animales terrestres, pero lo que tenía claro es que cuando un perro mueve la cola, malo no puede ser! Tara salió disparada al jardín nada más abrir. Al llegar donde estaba ella enfoqué con la linterna a la figura oscura que alborotaba el galán de noche haciendo que su fragancia se desprendiera con mayor fuerza. Congelado, ni los fríos vientos del mar de Beaufort provocaron nunca en mí aquella sensación. Claris, la octogenaria anciana desnuda, salvo por un pañal y las zapatillas, buscaba algo de forma frenética utilizando su camisón para atraparlo. El ladrido de Tara me arrancó de mi estado junto con el grito de "Madre" justo detrás de mí.
La hija, en pijama y zapatillas, con claros síntomas de haber estado llorando, se abrazó a su madre, mientras le cogía el camisón de entre las manos para ponérselo.
_ Marc hace horas que te está buscando_ gimoteaba la hija._ Hemos llamado a la policía! Cómo me haces esto! No sabes lo que me costó convencerle de que vinieras con nosotros_ Su ansiedad y lágrimas iban en aumento.
_Shhhhh. Silencio Cristina!_ Claris hizo callar en seco a la hija._ Las vas a espantar, llevo días observándolas. He de encontrarlas.
     La imagen de Cristina allí de pie llena de desolación y tristeza me hizo reaccionar al fin. Me acerqué y le pregunté en qué podía ayudarla. Su mirada inundada de lágrimas y perdida me contestó sin necesidad de palabras. Lo único que musitó fue "No debí sacarla de la residencia, Marc ya me lo dijo"
De repente, Clarís se giró hacia nosotros abriendo las manos. Dos pequeñas luces verdes brillaban en sus palmas.
_ Las he encontrado! Cristina mira! Aquí están tus hadas!_ El rostro de Claris era de pura alegría.
Cristina cayó al suelo de rodillas y tapándose la cara con las manos rompió a llorar de forma descontrolada.

    Aquella noche apenas dormí. Todos nos hacemos mayores! Recuerdo que pensé mucho en ese tema. Cristina, después de calmarse y una vez su marido y la policía fueron avisados, me contó que su madre padecía alzhéimer. Había sido una gran botánica, viajó mucho por todo el mundo apenas estaba en casa. Me explicó cómo fue crecer sin ella ya que era su padre quien los cuidó y cómo tras la muerte de éste, se estableció en Barcelona y empezó a trabajar en el Jardín Botánico para hacerse cargo de ellos. Cristina tenía siete años y era la menor de tres hermanos. Siempre que su madre tenía tiempo, visitaban el museo y el jardín, enseñándole las luciérnagas que vivían allí. La primera vez que las vio le preguntó si eran hadas. De sus plantas era de lo único que se acordaba a la perfección. Hacía más de seis años que no llevaba gafas, ya no se acordaba que las necesitaba para poder leer, pero de alguna forma que no se explicaban, Claris imitaba la rutina de toda su vida: desayunaba y leía un rato, al irse a dormir repetía la misma acción. Cristina lloraba al recordar que a veces cogía el libro al revés. 
    Al día siguiente me pasé a verlas. Claris sentada en una mecedora "leía" mientras Cristina jugaba al uno con sus hijos. Las dos mujeres me sonrieron con la misma expresión pero con 40 años de diferencia. 
Hablamos durante toda la tarde de botánica. Siendo un auténtico ignorante en esa materia me limité a escucharla, disfrutando de su pasión, la cual supo transmitirme enseguida haciéndome participe de ella también.
Durante el resto de las vacaciones, madre e hija visitaron todos los días mi jardín y sus hadas.
El día que se marcharon salí a despedirme (era un deber moral para mí). Claris se acercó a mí con sus profundos ojos celestes y su bondadosa y serena sonrisa.
_ ¿Cuidará a las hadas por mí Sr. Elrick?
_ Por supuesto Claris, tiene mi palabra._ Le contesté._ No le quepa la menor duda que continuaré con su labor._ sentencié.
Ella sonrió y me contesto:
_ Ayer cuando me despedí de ellas les dije que aquí estarían a salvo, los jardines de la residencia no son seguros para ellas y yo no puedo cuidarlas más. Sr Elrick vele de las luciérnagas, nada es lo que parece. Son ellos los que nos eligen._ Esto último lo dijo acariciando a Tara.
Una vez instalados en el laguna, Claris abrió la ventana y con voz lo suficientemente alta para que se escuchase sobre el ruido del motor dijo:
_ No le gusta! Tiene demasiadas bolitas verdes, le gustaba el de ella!!
En aquel momento no supe a qué se refería.
Días más tarde en el supermercado cuando llegué a la sección de animales, vi el pienso que le había comprado a Tara. En el saco una fotografía de un pastor alemán junto con tres bolitas una de color marrón, otra naranja y otra verde. Supongo que no vi las implicaciones que aquel hecho representaba, ya que sin darle más importancia llamé a mi vecina para que me dijera que pienso le daba ella.
Al llegar a casa, ordenando la compra caí en la cuenta que Claris nunca entró en mi casa y Tara tenía su comedero en la cocina. ¿Cómo sabía que no se comía las bolitas verdes? Giré la cabeza hacia la perra y ésta me miró con sus grandes ojos castaños.
En ese preciso instante, ahora sé que Tara me eligió como su hogar.
A día de hoy, no sé si son las mismas o no, pero sigo teniendo dos hadas en mi jardín.



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miércoles, 19 de junio de 2013

HOY HE VISTO UN CONEJO BY ELRICK

 HOY HE VISTO UN CONEJO


      Cada día me levanto a las seis de la mañana. No necesito despertador. Toda una vida en la marina hacen que algunos hábitos sean difíciles de olvidar. Después de asearme (afeitado incluido) y desayunar, salgo a caminar por el bosque. Desde hace cuatros años, me acompaña mi fiel perra Tara, un cruce de pastor catalán (gos d'atura). He de decir que las circunstancias de su adopción fueron, si más no, estrambóticas; como muchas otras que me llevan ocurriendo desde hace siete años. Pero hoy me centraré en esta:

        Paseando por el Carrilet entre S'Agaró y Castell d'Aro hay una parte donde las casa con sus impresionantes jardines vallados desaparecen para dejar paso al bosque. Adentrándote en un pequeño reducto de paz y tranquilidad. El poblado de pinos, robles y encinas que se extiende tras una frontera invisible entre civilización y naturaleza ofrece al caminante un amplio surtido de olores y sonidos que para mí representan esa recarga de energía que todos necesitamos. 
Ese día, recuerdo que iba distraído. Hacía más frio de lo normal para finales de mayo. La brisa transportaba el olor húmedo del bosque. Pensando en mis quehaceres percibí como Tara se detuvo en seco, tensándose, con la vista fija clavada al frente. Miré hacia el camino y vi un pequeño conejo grisáceo en medio de él. Me giré instintivamente hacia mi compañera (siempre pasea suelta) y vi en sus ojos una petición. Lentamente negué con la cabeza; señal que interpretó al instante. Resignada se sentó y resopló sonoramente. Perplejo ante tal muestra de inteligencia tardé varios segundos en autoconvencerme que aquello no eran más que casualidades mal procesadas por mi cerebro. Sacudiendo la cabeza dirigí la vista hacia el camino. El conejo seguía allí, de pié, levantado sobre sus patas traseras nos mostraba los dientes en lo que se me antojó una burlona sonrisa. Acto seguido se giró y se marchó con gráciles saltos. Congelado por la surrealista visión, observé nervioso a mi alrededor por si había alguien más que estuviera viendo aquello. Estaba solo. Miré a Tara y sin querer le dije:
"_ ¡Si no fuera por qué es imposible, diría que ese conejo se estaba riendo!."
Tara soltó un bufido cargado de resignación mientras se levantaba y empezaba a caminar, dejándome aún más estupefactado. 
Cuando al fin me recuperé y empecé de nuevo a andar; una idea cruzó mi mente, haciéndome reir a carcajadas mientras Tara se detenía a esperarme.
" Hoy he visto un conejo y se ha burlado de mi perra"




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