Cautivo de las Tinieblas de Jorge A. Garrido
Escena continuación de Cautivo de las Tinieblas. Escena de la página 130, cuando Frel se sube en el dragón por primera vez y lo enfada por no saber tratarlo y compararlo con un caballo.
Cautivo de las Tinieblas, Jorge A. Garrido
Cautivo de las Tinieblas
_Muy bien, humano – se jactó.
_Yo creo que este humano puede necesitar un cursillo rápido de vuelo – intervino el otro dragón.
_Si, buena idea – convino con el otro en un tono jocoso.
_¿¡Qué!? – exclamó Frel. El cuello del dragón se volvió hacia él y su mirada no deparaba nada bueno. – Sujétate... humano – le avisó con desprecio.
_¡Te he dicho que soy... Frellllllllllllll! – Gritó al tiempo que el dragón empezaba a trotar, de ahí a correr para ganar algo de velocidad extendiendo sus alas para batirlas y elevarse. Mientras, Frel trataba de agarrarse como podía para no caer al suelo que se alejaba cada vez más. No sabía si mirar o no, demasiado ocupado al principio en intentar no caerse del dragón que no dejaba de moverse como si lo estuviera haciendo a posta. ¿Lo cogería si se caía de la montura? ¿O los dragones no tenían ningún miramiento? No, había visto la estrecha relación que parecían tener tanto Ráziel como Drana con sus dragones Káfavan y Bállastar, solo necesitaba que el dragón lo aceptara y, aunque fuera una milésima, le importara su vida para no dejar que se convirtiera en una masa sanguinolenta si caía de semejante altura.
Cada vez que parecía estar acostumbrándose el dragón viraba de golpe desestabilizándolo y teniendo que, en ocasiones, arañar todo el lomo hasta afianzarse en su agarre. Eran esos los momentos en que pensaba que el corazón se le iba a salir del pecho y sería lo primero que cayera, seguido de su cuerpo.
_¡Bajaaaa! – Chilló cuando el dragón se puso boca arriba en el cielo y Frel, como jinete, casi se precipita de cabeza de no ser porque había aguantado la ley de la gravedad apretando con sus piernas para impedir caer. – ¡Baja por lo que más quieras! – Prosiguió gritando más fuerte por si el dragón era sordo y no lo escuchaba.
_Claro... humano – Accedió él lanzándose en picado hacia la tierra. Frel apenas tuvo tiempo de tumbarse por completo en el dragón para impedir que el viento generado por esa caída lo separara de él y expulsara del medio medianamente seguro que tenía en ese momento para mantenerse con vida. Con el rabillo del ojo podía ver cómo todo pasaba delante de él a una velocidad increíble, demasiado rápida como para aterrizar de una forma “normal”.
_¿¡Qué estás haciendo!?
_Bajar, lo que me has dicho.
_¡¡No te estrelles!! - Aulló desesperado al ver cómo la tierra estaba cada vez más cerca y no reducía la velocidad. – ¡No te estrelles! – Repitió cuando los árboles los engullían. Cerró los ojos pensando que quizás así el dolor fuera menor y gritó con toda la fuerza que podía.
El dragón siguió su avance hasta que viró en pleno vuelo para solo rozar con sus patas el suelo impulsándose de nuevo hacia el cielo. Frel no se dio cuenta de nada, solo pegado como una lapa al dragón en un intento por fusionarse con él y que el cuerpo de ese enorme dragón oscuro lo protegiera de una muerte segura.
_Humano, abre los ojos - voceó el dragón. – ¿Acaso crees que voy a matarme? Eso es lo que harían los caballos, ellos seguirían las órdenes de humanos como tú aunque supieran que van a morir.
_Vale, vale, ya lo entendí. ¿Podemos ahora volver a tierra firme, por favor?
El dragón pareció mofarse por e miedo que se traslucía en la voz de Frel pero hizo lo que le pidió. Planeó un poco más para ir bajando en altura hasta que pudo ver al resto de dragones y humanos esperando. Descendió lentamente hasta tomar tierra y situarse de nuevo junto a su hermano de especie, los dos algo alejados de los otros dragones, poniendo distancia ante los que eran, antaño, enemigos.
_¿Te has divertido? – Le preguntó su hermano.
_Oh, sí, bastante. Aunque creo que el humano – lapa que tengo no puede decir lo mismo... – Contestó girándose un poco para que el dragón viera cómo llevaba a Frel.
Éste abrió los ojos y miró a su alrededor, a los árboles, a una altura normal, a Ráziel y Drana que intentaban no soltar una carcajada y a Cóler, sentado sobre el dragón con una cara que no se podía interpretar. Finalmente, miró hacia el suelo y sus ojos se abrieron de par en par. ¡El suelo! ¡El bendito suelo! Se soltó del dragón cayendo directamente y abrazándose como podía.
_Frel, tienes que volver a montar – Le dijo Drana.
_¡No me lo recuerdes! – Exclamó apretando más su “abrazo” en la tierra.
_No es para tanto muchacho. Solo trátalos como un compañero, no como animales – Lo instruyó Ráziel.
_Y procura llevarte bien con ellos – Añadió Cóler.
_Es fácil decirlo – Masculló Frel. Suspiró antes de levantarse del suelo, sacudirse la tierra y mirar con pánico al dragón que le esperaba.
_¡Oh, por favor! – Exclamó éste cansado. Avanzó hacia Frel hasta que estuvo a la distancia justa para mover su pata y, con sus garras, cogerlo por la cintura. Tanto Drana como Ráziel se pusieron en alerta por si el dragón intentaba matarlo pero éste lo único que hizo fue lanzarlo al aire.
Frel poco podía hacer en esos momentos. Estaba dando vueltas en el aire, cada vez más arriba, y sabía que llegaría un momento en que debería caer. Sin embargo, un golpe sordo que reverberó en todo su cuerpo hizo que fuera consciente de que acababa de aterrizar en el dragón, éste de nuevo en el aire pero cerca de los demás. Se sujetó a duras penas mientras, ahora sí, veía cómo iban bajando hasta pisar tierra de nuevo.
_Ahora no vayas a bajarte, humano. O haré lo mismo – Le advirtió. Y, por la cuenta que le traía, no pensaba bajarse porque ya era suficiente el espectáculo y tenía una ligera idea de lo que ese dragón, o cualquier otro, podía hacer.
El joven guerrero no añadió nada más. Los dragones, ahora, le parecían menos amistosos que antes.
La autora de este relato es Encarni Arcoya visítala en su web EncarniArcoya.com
Si quieres leer más sobre está obra: Cautivo de las Tinieblas
Conoce al escritor en su web: Jorge A. Garrido
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