AUTOR: AVEN
Un dragón. A simple vista
podía parecer un dragón normal, pequeño incluso si tenemos en cuenta a otros
especímenes de su raza y algo torpe, demasiado para su grupo, que no dudó en
abandonarlo con sólo unos pocos años de vida. Era costumbre entre los dragones
que llegado su momento se retiraran a una cueva a dejarse morir y aunque Fulkan
aún era demasiado joven para ello no tenía ningún motivo para seguir en este
mundo.
Fue entonces cuando Rino lo
encontró, oculto en la cueva donde aguardaba a la muerte.
Rino dudó por un momento, pero
la curiosidad era mayor que el temor.
Nunca antes había visto un
dragón y era algo por lo que valía la pena arriesgarse. Si tan sólo conseguía
una de sus brillantes escamas podría volver al pueblo del que le habían echado.
Sin familia, sin oficio, nadie quería soportar una carga como esa y menos con
el invierno por llegar.
-No sigas por ese camino
humano- rugió el dragón. Rino sobresaltado empezó a correr, salvo que en la
dirección equivocada y se estrelló contra el cuerpo aún adormecido de Fulkan. Y
fue precisamente esa torpeza la que le salvó la vida. Los dragones no tenía
especial apreció por los humanos ni por ninguna otra criatura pero Fulkan lo
miró con tristeza mientras se veía reflejado a él mismo abandonado por su grupo.
Lento y patoso para los de su
especie. Y fue precisamente en ese instante cuando una conexión especial unió
sus destinos para siempre.
Desde ese día, hacía ya varios
años, Fulkan permaneció al lado de Rino como su amigo, como su protector.
Se acercaba el invierno y los
nubarrones de tormenta no auguraban nada bueno. El viento frío lanzaba las
pequeñas gotas de lluvia contra las escamas del dragón como si fueran dagas de
hielo y la oscuridad poco a poco se adueñaba del interior del bosque. Rino ya debería
haber vuelto.
Desde que lo expulsaron del
pueblo sólo había regresado en dos ocasiones. La primera para recuperar el
viejo baúl de su abuelo y la segunda, hacia apenas unos días, para la fiesta de
la Oscuridad. Era el único recuerdo que guardaba de su infancia con sus padres.
La tormenta cada vez tenía más
fuerza. Los árboles zarandeados por las ráfagas de viento hacían crujir sus
ramas contra la dura roca del suelo.
Los rayos centelleaba e
iluminaban fugazmente el interior del bosque dándole un aspecto aun más tétrico
del que tenía a la luz del día. Si Rino estaba de vuelta no aguantaría mucho
tiempo con vida.
Si pensárselo dos veces Fulkan
salió de la cueva y empezó a sobrevolar el bosque.
En un día normal Fulkan habría
recorrido la distancia hasta el pueblo en poco menos de una hora pero de noche
y con unas ráfagas de viento cada vez más fuertes volar se hacia casi
imposible. La escarcha empezaba a cubrir sus alas y cada vez se sentía más
agotado, ráfaga tras ráfaga Fulkan intentaba descubrir la silueta de Rino en la
oscuridad hasta que llegó al centro del bosque. Allí todo parecía en calma, ni
viento ni dagas de hielo clavándose en sus doloridas escamas brillantes. ¿Que
clase de tormenta era aquella? A lo lejos vió el cuerpo inconsciente de Rino
caído en la nieve que cubría ya gran parte del suelo. Se acercó y apenas pudo
percibir el débil latido de su corazón, la poca vida que le quedaba estaba
abandonando su maltrecho y herido cuerpo.
De todos es sabido el gran
poder de los dragones, algunos con una magia tan poderosa y antigua que
cualquier mago desearía poseer. Otros destacan por su enorme inteligencia,
acumulada en el transcurrir de los siglos y sin embargo Fulkan sólo tenía el
don de la vida. Ni magia ni inteligencia, pero Rino no hubiera podido encontrar
un compañero mejor.
Sin embargo el don de la vida
es algo que hay que tratar con cuidado, no se puede jugar con la muerte que
siempre reclama lo que es suyo.
En el último momento Rino
consiguió abrir los ojos con una energía nueva y desconocida. Sólo alcanzó a
ver un enorme destello de luz en el centro del bosque. Fulkan le había otorgado
el don de la vida.
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