AUTOR: Jorge A. Garrido
En casa de los García se volvieron a oír extraños sonidos, y eso que, en teoría, no había nadie en casa. Por ello, la vecina de la vivienda de al lado, únicas en la sexta planta del edificio, llamó a la policía ante el temor de que se tratase de un ladrón. ¿El problema? Que ya fueron avisados hasta dos veces en lo que iba de mes, tres semanas para ser más exactos, y decidieron dar prioridad a otras llamadas quizá más importantes. En aquellas ocasiones se encontraron un mismo motivo para los misteriosos golpes oídos por la anciana mujer: Un jovencísimo perro labrador que, sencillamente, debía aburrirse horrores mientras la familia se encontraba fuera.
Casi tres horas más tarde de realizar dicha llamada, Marta, Daniel y Pedro, madre, padre e hijo, respectivamente, entraban por la puerta de la casa y se encontraron un pequeño desastre en forma de dos vasos rotos, la basura desperdigada por la cocina e incluso la cortina del salón descolgada, cuya caída se llevó por delante la figurilla de porcelana que la mujer heredó de una tía abuela que casi ni conocía, que tenía sobre la vieja y ancha televisión de tubo. Daniel, en su mente, pensó que ya podía haber tenido mejor tino aquel perro a la hora de organizar sus destrozos, dándole una buena razón para ir en busca de una televisión de las que ahora estaban tan de moda.
El labrador, al comprobar que ya habían regresado, comenzó a dar vueltas sobre sí mismo, moviendo el rabo tan deprisa que apenas se veía sino un borroso haz de color canela donde debía encontrarse dicha extremidad. No era consciente de hasta qué punto la madre estaba hasta las narices de su comportamiento, pero era lógico mientras acudieran a citas donde no pudieran llevarlo y su juventud le llevara a poseer más energía de la que sus dueños serían capaces de agotar ni aún dándole juego durante todo el día.
Un fin de semana más tarde, con un calor de aúpa en la ciudad de Zaragoza, Daniel se había dado la que era ya su tercera ducha, echándose al sofá a la par que sentía en la nuca la enojada mirada de su mujer, la cual le recriminó no haber puesto la mesa para la cena. Sin embargo, aún tenía una cosa más que hacer, recordándolo una vez que notó algo mojado a la espalda, y es que el perro había vuelto a orinar en su asiento favorito. Unas gruesas gotas de sudor, éstas no a causa del calor, resbalaron por su frente, a la par que un gruñido, quizá más propio de los osos que de un humano, escapaba de entre sus labios cuando Propi, la revoltosa mascota de la casa, entró en su campo de visión. No debió haberlo hecho, desde luego, pero no menos cierto era que él debía haberlo bajado hacía ya un buen rato. En realidad, tampoco podía esperar que el animal aguantara tanto tiempo y, por ello, se serenó, entró por cuarta vez en ese día al plato de ducha y se puso la primera camisa que encontró en el armario de su cuarto, bajando al fin a la calle con el perro.
Era ya el sexto día consecutivo batiendo las históricas marcas de altas temperaturas en la ciudad. Ninguno de los García tenía ganas de nada, casi ni el perro, que se encontraba tirado a los pies de Marta a pocos pasos del enorme ventilador. Así, comieron del queso y jamón dulce ya cortados, y lo bajaron con algo de pan que sobró al mediodía, todo por moverse lo menos posible. Sin embargo, a Daniel aún le quedaba una ya habitual tarea pendiente: Bajar a Propi. Lo hizo de muy mala gana, pero, al menos, parecía que en los últimos días comenzaba a aguantar las ganas de orinar hasta esa hora en la que se había acostumbrado a sacarlo. Era un paso, por supuesto, y tanto el padre como la madre de Pedro lo agradecieron. Aún así, seguía protagonizando algunos locos momentos en los que les desesperaba. Comenzaban a valorar la idea de regalarlo.
Al entrar en la vivienda, el hombre, empapadísimo de sudor, empujó la puerta blindada hacia atrás, sin esperar a siquiera verla cerrar por el ansia de recuperar cuanto antes su sitio frente al ventilador, cosa que no iba a suceder hasta que su esposa se levantara, por la razón que fuera, y eso le llevara a perder tan codiciados asiento y lugar en el salón.
Pasaron así varias horas, adormecidos una vez que las manecillas del diminuto reloj sobre la mesa de la televisión indicaran que era medianoche. Pedro llevaba ya un rato en su cama y sus padres harían lo propio en cualquier momento, de haber sido una noche “normal”. Propi levantó la cabeza en dirección a la cocina, mirando algo por aquella zona, y comenzó a mover la cola con alegría. Daniel se extrañó, por lo que giró el cuello a fin de observar lo que estaba viendo y se levantó a todo correr cuando descubrió a dos hombres con pasamontañas y ropas muy oscuras. La mujer también se espabiló al momento y se situó tras su marido mientras los desconocidos, ambos con una navaja en sus manos, les avisaron de terribles consecuencias si decidían gritar o hacer algo que les impidiera llevarse sin problemas lo que vieran de valor por la casa. Al labrador, sin embargo, no le hicieron el menor caso. Los ladrones se sorprendieron de ver la puerta abierta, cuando en realidad iban a forzar la de la anciana que vivía junto a éstos, y el tamaño y juventud del perro les pareció tan insignificante que seguirían adelante con el robo en la casa que pisaban.
Con lo que no pudieron contar era con las ganas de fiesta de Propi, que comenzó a ladrar en su agitación mientras uno de los desconocidos intentaba atraparle para acallar sus ladridos. Éste cayó de bruces al suelo y el perro saltó sobre su cabeza tras evadir sus manos al correr bajo la mesa de la televisión. Su compañero lanzó el arma al frente y encontró únicamente aire, sorprendido cuando el animal agarró entre sus fauces el mantel aún puesto en la mesa del salón y lo arrastró entre sus piernas. Tensa la tela, el criminal tropezó al darse la vuelta, cayendo de espaldas sobre su compañero. Además, uno de los tenedores que quedaban por recoger, enganchado en el mantel y en muy mala posición en el suelo para el primero de los ladrones que pretendía ponerse en pie, se clavó con fuerza en la mano sobre la que se apoyó, lo que le hizo proferir un terrible grito que debió despertar a la mitad del edificio.
Así las cosas, sabiendo que lo mejor sería una escapada rápida antes de que surgiera nadie más por culpa del jaleo montado, salieron corriendo en dirección a la salida, pero el perro aún no había terminado con ellos. Pensando que seguían jugando, mordió el bajo y ancho pantalón de uno de ellos, haciendo que tropezara una vez más, aunque en esta ocasión lo hizo al frente, cerrando con su cabeza la durísima puerta y perdiendo al instante la conciencia. El que quedaba en pie se quedó bloqueado un momento y reaccionó con una poderosa patada que tampoco alcanzó al cachorro. Por contra, absorto en los rápidos saltitos de éste, no vio venir el gancho de derecha por parte de Daniel, que recibiría más tarde los atentos cuidados de Marta, pero que sirvió para dejar fuera de combate al malechor.
Más tarde, la policía, al fin con un buen motivo para la visita al sexto B, se llevó engrilletados a los de tan oscuras ropas e intenciones. Los García, algo más tranquilos, centraron su atención y mimos en el héroe de la familia. Propi aún era muy joven y lo único que hizo fue jugar. Era un generador constante de desastres, aunque quizá eso mismo les había salvado de los asaltantes. Daniel se encargaría de llevarlo donde le dieran un buen adiestramiento y se preocuparía más por su parte de responsabilidad con el perro, pero no iba a negar, jamás, que le debían mucho más de lo que ellos jamás llegarían a darle como agradecimiento, sin entender, quizá, que lo único que Propi les reclamaría sería cariño y comprensión, tanto como el que él les dedicaría durante el resto de su vida.
Relato participante para la Asociación "No me abandones"
No hay comentarios :
Publicar un comentario