lunes, 21 de octubre de 2013

CONCURSO ANIMALES: HISTORIA DE UN VIAJE

 AUTOR:  ARTRAC

Historia de un viaje 




          Se pasaba las tardes en el ramal Opera-Príncipe Pío del metro de Madrid. Viajaba en uno y otro sentido, cambiando apenas de vagón en cada extremo de la línea. La primera vez que lo veías te extrañaba que no se sentase en alguno de los asientos libres que le estaban doblemente reservados: como persona mayor y como usuario de un hermoso bastón de madera labrada. Cuando se ponía el tren en marcha empezabas a entenderlo… Sacaba del bolsillo de su chaqueta un puñado de hojas y las iba repartiendo entre los pasajeros. En aquellas manoseadas cuartillas, escritos con una vieja máquina de escribir, había unos torpes versos y una seca petición de “la voluntad”. Su apariencia arrogante, la aridez de sus gestos y una cierta mirada desdeñosa no hacían fácil el ayudarle.
          Yo llegué a cogerle tirria por la manera en que se comportaba, más exigiendo dinero que pidiéndolo. Hubo ocasiones en las que rehusé coger el poemilla de marras y el me lo lanzaba al regazo con una especie de rabia contenida. Nuestras batallas mudas eran siempre previa y colofón de mis tardes de cine, hasta que una de ellas no apareció.
          Esta mañana he visto su foto en el periódico, la noticia de su muerte se solventaba en unos cuantos párrafos, escuetos y secos como él. Junto al cadáver estaba su perro, uno de esos chuchos sin ninguna raza definida pero con mucho encanto. Los vecinos afirmaban que ese animal había sido el niño de los ojos del anciano y probablemente la única cosa que alegraba su solitaria vejez. Por lo que decía el artículo, el fallecido vivía en la más absoluta de las miserias y se alimentaba como un pajarito, pero su perro tenía un modernísimo dispensador de comida y agua, conectado con unos enormes depósitos que le había permitido subsistir meses hasta que se encontró el cadáver de su dueño.
          Hoy, después de haber adoptado a ese perro, cada vez que lo paseo y él me lleva a su antigua casa, pienso en el difunto. Me imagino el consuelo que traía a su vida este animalito que ha revolucionado la mía sólo con su presencia.
          La persona que haya amado a este pequeño ser más que a sí mismo no puede haber sido mala, es solo que, a veces, los tímidos, cuando se ven forzados a no serlo, pueden resultar crueles sin pretenderlo porque les faltan modales, pero nunca corazón.

Relato concursante para la Asociación ANNA


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